lunes, 21 de mayo de 2012

Virgen, no enficionada (Fray Luis de León)



Foto de Carlos Orduna

Virgen, no enficionada, y aquí en breve, dime. Las cáscaras del cese ( ) durísimo perfil de los cerros. Habría que allí escuchar. Altos y despeños. Llavín entre las rocas la escolopendra, carrasquillas y aladiernos. Las nubes, paseantes tentadoras, sobre los manchones mortecinos del pasto y el amarillo de la sed. Y la luz. Cuando el amanecer el tiempo no lo impide. Y el merodear de las mismas estrellas desde el ángulo trepado del olmo en el otero deja al campo en gestación, un querer llevárselo hasta el fin de los confines con su tripa enferma. Y qué hubo ahí. Sino miseria, ladridos de perros, el macramé de la vida y la muerte, hipérbole, luz que hacia adentro es una vuelta a la luz, el distante desquite del aire con las lomas. De aquello. Piedras sin nuestros nombres y La Casa un entierro. Nada más que cosas en seco. Trashumancia. Espacio. Me cago en diez. 

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