jueves, 24 de julio de 2014

Vacacionales (VI) o Escabeche de conejo y Michelle N.

Mapa cabalistico

1
El bar alemán expide los olores de una ferretería. Pan negro, mermelada, mantequillas de cabra, jamón de Carolina del Norte: aguantan cualquier dossier. Mi hija se dispone a creer que yo le creo. Todos estos hierros del amor, tras la espuma, cuando levanto el vaso a punto de notarle en el rostro las distancias. Las que traza entre ella y la servilleta y la vidriera, y los espacios disueltos por la luz- Los Apalaches, Tucson, las destellantes salinas de California y sus manchas hidrófilas. A hecho de ello una digestión, aplicado rostro, para este preciso momento cuando comienzan a disolverse las burbujas de las cervezas bávaras. Yo desmigo el pan sin declararle mi amor.

2
Afuera. Williamsburg. El olor de las pizzerías. En silencio, un rasgo hasídico de sombrío indulto, contando los pasos, andamos. Le quiero apretar la mano. Ponerme en su lugar, por encima del tránsito que se inicia cada vez que pienso que con dos hijos -ella- ya en nada nos parecemos. Sí, en nada. Quiero decirle cuando me pregunta. Más sitiada por la piel mía que por los rencores de su madre. Cuidadoso, intento, a su lado, de no tropezar con los intervalos del árbol sefirótico.  

3

Escabeche de conejo entrada la noche. Pido escabeche de conejo detrás de la imagen donde estoy en una mesa, en un bar de una esquina, en Lezama. Mi hija concluye que tenemos el sentido olfatorio parecido, las memorias torcidas. Vainilla, cuero recién estrenado, menstruaciones, queso derretido, sarampión, agave. Inclusive, yo soy Don Julio y ella Señora Goose, hasta que divisa una botella polaca y se lamenta de su error. El error de nuestra piel ante el mundo, la sensibilidad, como la de un conejo, le voy explicando, termina, sin gustarle a nadie, en un simple adorno. Psoriasis de la lengua para los que no conocen la soledad de esa piel, me refuta. Y chupo limón sin saber que más decirle.

jueves, 17 de julio de 2014

Vacacionales (V) o La repetición de la rosa construida

Green Backs by Greg Drasler, 2010



1
Manhattan. Un sorbo acróstico y vulgar. Conjura el espacio, su amplia abertura, un tejado de naranjas y carmines donde las sextinas de Carlos Germán Belli y la escuela veneciana, ambos Tiziano y Veronés, se inclinan en un pozo de respiraciones, caldos de nitratos fríos y delirantes emisiones, por encima de los rascacielos. A punto de un gran desmayo la luna de agosto se adelanta, pespunte velazqueño, enhuevando los amarillos, con su hilandera. Por si acaso, por si fuera necesaria, se asoma.

2
Su trata de barcazas, tizne, abdómenes de proa a popa sin banderas, carentes rojos, entrometidos tatuajes a la deriva, otra vez, tejado movedizo, a penas, un contrato de estragos con las gaviotas y sus sombras espejeras. Y por su puesto, el cielo con sus tautológicas nubes despernadas se estriñe entre los puentes. Un animal largo que de sí quiere cagar y no puede. El Hudson.

3
Desde Manhattan se divisa Nueva Jersey. El oeste con la promesa del oeste. La repetición de la rosa construida para orientar el resumen de cada esquina parecida a cada esquina construida. La esquina de Ramsey, la esquina de Knoxville. El semáforo en rojo de Columbus, el semáforo en rojo de Alburquerque. La semilla voraz, cotiledónea. La caída de Alicia hasta el fin de nevadas sierras de Sierra Nevada. Esa inmóvil carretera se ha unido a una y única y tangible pasión de una ciudad por otra. Un hombre por otro, con su móvil, en cada esquina.

4

En la ruta 80. Los autos se desplasman. Empujan, este-oeste, las membranas de la estirpe y el móvil. El desfile, correcto y metódico, de esa arteria más allá de la promesa del Mississippi. E inevitable cuando en los autos los niños, taciturnos, preguntan si ya se llega o cuánto falta. Es una imagen nítida, una velocidad constante el ir y venir. Es la vida ansiada del ser y estar: los árboles pasan, los letreros pasan: las gasolineras, las intersecciones llegan, y las autopistas se inclinan sobre las electricidades que alumbran la noche- por ejemplo- de un motel donde pestañea el neón, una y otra vez, repetidamente mil, bajo el ruido de una mosca acogedora y gigantesca.

miércoles, 16 de julio de 2014

Vigía

Jose Dávila



De suavidades y opérculos. Dicho bulto -rubia o trigueña- una sordera. Señalero, tres o cuatro sus diagramas, es flor la piel. El despeño, [a, b[ intervalo semicerrado de los pies. Imanes sus dientes por cepillar. El pelo revuelto. Por sus axilas cruzo la mirada, la luz molesta, al traqueteo de estos aires mientras la espuma se hace fruta en lo alto del moral. Yo que sueño poco Sueño un pupitre, una tortura de nueve horas conjugando el mismo verbo sobre el mismo cuerpo, entre las mismas costillas, dentro de la misma tripa que espita, rodea, elabora e infla don la materia, y que, en primera instancia, es su acción caricias por donde soplará en su vidrio otro- un dios más torpe- para detonar el deseo que tendrá el hombre por esta mujer que aquí dormita- ella- inconsciente que alguien la conserva desde muy cerca.

viernes, 11 de julio de 2014

Vacacionales (IV) o El arca perdida de los protistos

سفينة نوح | תיבת נח‎‎ | Noah’s Ark 


Abedul. De abedul sueco el carapacho de esta mesa. Blanco. Kon-Tiki. De oeste a este en la cocina navega en el gotear del grifo. A la deriva, hacia las sombras de afuera, los estorninos desesperados se revientan entre el verde del moral en busca de un intestino mayor que los imante. Al borde: 

1- La tacita Limoges color Luis XV. Todavía tibio el café en el fondo un último sorbo.

2- La servilleta doblada por si necesito usar su otra cara para la mía.

3-Una cuartilla en proa. Allí delineado en cúfico un versículo personal para las noches de tormenta. Y las palabras alboroque y cenefa como dos flores en la soledad: una rosa de Schiras para el cuerpo abierto del mediodía y tulipanes de Konja para el afloje de las olas en la tarde.

4- Y la correspondencia. De Isabel la factura del psiquiatra, las fotos de su hijo, la cuenta de la tarjeta de crédito Discovery patente después de un largo periplo de compras por Sears, Walgreens, Path Mark. Y cupón de consuelo de un 30% todo el papel higiénico Scott que desee hasta el 3 de septiembre del presente. Yo por suerte, hoy, nada.

5- La cámara. La cámara dentro de su estuche negro. Capaz de 3000 fotos digitales. Dormida igual que una leona marina, espera.

6- Al lado de la cámara, el vaso. Vidrio mejicano. Fácil de agarrar por su diseño. Boca ambiciosa y estrecho de culo.

7- Un rollo de papel aluminio. Atravesado en el medio de toda esta travesía. Servirá para algo su plata y su peso, me lo juro.

8- Babor. Tres pares de espejuelos: dos de sol y uno para leer. El de leer parece leer el abedul absorto. Uno de sol desde una cara invisible me observa al revés. El último, el de Isabel, reposa sobre/entre una banana pintona y un cartucho plástico con dos croissants. Todo junto será un catalejos.

9- La lámpara. Popa. Veinte años en el mismo sitio. La misma noche y la misma estrella desprendida debajo de la misma nube. Faro cuando esta mesa alguna vez fue isla. Luna cuando el abedul alguna vez fue árbol.

10- El robot y la caja de lápices de Damián. Debajo de la lámpara. El robot mirando a Meca. Los lápices con sus cabezas perdidas -boca abajo- esperando el vaivén del trazo.

11- La Biblia de Estudio/ Mundo Hispano encima de dos años de mi correspondencia. El marcador (Exodo 25: 31- 40) cuelga rojo del oropel como pene de pato. Y encima de la biblia, mi gorra de Prana, verde, sudada su visera de capitán.


12- Y mi computadora. Manzana iluminada a estribor. A ella regreso en este abordaje a morder el correo electrónico de Ka. De quien extraño su aceleración por las aguas movibles hasta mi brazo, gramática, expulsión, arca perdida de los protistos.

miércoles, 9 de julio de 2014

El rescabullador




Fortuito, chupetas y lambidos, las faldas la brisa alza, y ojo todo, cruje bajo ello, cauteloso y escondido, párvulo, el rescabullador. Mini string y más blanco que una concha calcinada, la ceguera para nombrar la acertada ventolera, quisiera que en un velero aquello se hinchara sin horizonte y le arrebatara el miedo. Y miedo a qué. Porque Marilyn Monroe padecía, años después sorprendido descubriría, un exhibicionismo contaminado por el ruido del tren que pasa por las entrañas. Esto, sin embargo, allí, era otra cosa en principio. En su capacidad orgánica no había otra seña que la carne expuesta y la carne cubierta, los anales reproductivos disparándose en su rosa de los vientos, empaquetados con sus energías inútiles, el tiempo detenido en el pulmón, la estética del escondite y la adicción, la baba anticipando al ojo, el ojo abracando el detalle, el atascamiento de un instante empujando la memoria cuando el helado se derrite en los conos incontrolable. Pues, desliza su lengua roja e infantil, sin placer y displicente, por la meliflua vainilla. Es simplemente un instante de cualquier historia parecida. Bajo la sombra del júpiter aborda el rodar de la gente en las aceras, en total tensión y cortés, el hechizo.