domingo, 15 de enero de 2012

Estrada de la melancolía





15 de enero y el 2012

Doblo la esquina de la 36 y La Avenida Bergenline. Estrada de la melancolía. Unos zumos penetran desde las tapias de los restaurantes y no dejan de vagar por las calles. Pero aquí, en ésta, algo diferente se remite a otras sustancias. El color de un mercado que no tiene todavía nombre, y si lo tuvo, recorre su gentío por una descoloración (remotísima). Ya sea por invento o sotavento. O. Y. Absorbencia. Un transborde se cuela hasta los tuétanos cuando aquí (adentro) quiere reaparecer un carretel de ligas y madejas. Cartabones y compases. Y lo que quiero se me hace incomprensible. Me tira de un lazo la mirada y quisiera llamarme como uno de esos letreros (expuesto) a la vista de todos. Colgado al viento, a la luz, a la lluvia.

Se me ha olvidado ponerme la boina. Y no sé cómo me veo. Algo por dentro de los sesos se expande sin que pueda verme el rostro al pasar frente a las galerías. Y como han recién abierto una peletería entro y me pruebo una chaqueta. El vendedor, un hombre con cara de adolescente, me pregunta cómo me llamo y no me atrevo a decirle mi nombre. Titubeo. Me siento desnudo ante la pregunta. Y salgo contrariado. Sin saber por qué la duda ante las letras de mi nombre.

En otra esquina estoy convencido que algo está roto. Sé que algo está roto porque no quiero cambiar el hecho que me siento mal. Entre este gentío, La Parálisis se aprovecha y prefiere pararse a mi lado y silbar. La miro un par de veces y se encoje. Espera que yo cruce a la joyería del árabe para seguirme. Se queda en la vidriera, afuera, esperando, en lo que entro a mirar los relojes. Allí está, toda brillosa, a la luz de La Avenida como si tuviera que recordarme, a pesar de su lenta glaucoma, lo que necesito ver.

Mohamed me presenta un Baume Mercier del 63. Automático. Stainless steel. Después de observarlo con detenimiento es evidente que alguien lo ha violado. Le han reacondicionado la esfera de negro. Pero no le digo nada. Me gusta la pulsera Champion de acero níquel tejida en eslabones de sorprendente dentadura. Jamás hablamos de precio. Sin embargo, me asalta la certidumbre, cuando miro el reloj entre sus elegantes manos, que Mohamed no se recuerda que le sucedió en el 63. Yo lo que recuerdo es una calle con socavones y zanjas recién cavadas. Y una casa donde el piso es de tierra. Detrás hay un patio oscuro con una amapola en flor. No quiero pensar que sea un sueño ni que es de noche. No lo es. Mi cuarto lo veo a la izquierda. Mami sale y entra buscando sus zapatos de tacones altos. Me mira como si yo los hubiera escondido. Óscar, ¿los has visto? Si levanto la vista desde el piso, en la pared, hay una pizarra negra. En ella está escrita el abecedario en inglés ei bi si di i eff, y debajo la suma de 12 + 3 + 6 + 9. Le comento a Mohamed que los relojes con números arábicos tienden a computar raras casualidades en sus opuestos. Me sonríe. Espera que diga algo más, pero ya yo no sé que añadirle a la conversación. Antes de guardar el reloj, mira a través de la vidriera hacia La Avenida Bergenline. ¿Habrá recordado algo que no se atreve a pronunciar? Le sigo la mirada y busco La Parálisis que debe estar esperando bajo la luz de la calle. Pero ya no está. Parece que se ha ido a dar una vuelta.

No hay comentarios: