martes, 10 de enero de 2012

Martes de luna




10 de enero y el 2012
Es un agrio el blanco cuando levanto la vista a las 6:45 a.m. en la parada del autobús y ahí la luna. Quiero buscar otra cosa en la cara de alguien que se exceda, la mire y la rechace. El hombrecito del canal 2 vaticinó a las 6:15 a.m. que podríamos ser víctimas de ese aro. Es un aro por donde uno puede saltar y como los perritos del circo caer al vacío. Y se le ocurrió decir que hay tantas canciones a la luna que sería prudente no recordarlas. Tarareó Moon River. Eso me gustó. Cuando regresé al colchón había una cámara fijada en la pantalla que la recogía en su falso cielo. Estaba manchada por una nube pasajera.
Y las cosas pueden ser así. Te la ponen fácil. Se alimenta una imagen que se descuelga y entra en la vacuidad. Y eso fue exactamente lo que me pasó. Quedé ahí sentado en el colchón frente la pantalla. Calcetín en mano. Semidesnudo. Ya me ha sucedido con otras cosas. Se vacían y luego me cuesta muchísimo incorporarlas, darles cuerpo y pena. Por ejemplo, hoy las temperaturas llegarán a unas máximas de 48 grados F y unas mínimas de 28 F. Lo dice el hombrecito con acierto. Apunto si hay varias temperaturas. Si cada una defiende su territorio con un número. ¿Qué sucede cuando se cansan. Se pasan al otro lado como un balón? O. Y. Si hay una única y exclusiva temperatura que se contrae durante el día y es confundida con muchas. Caigo en esas trampas cuando cierro la puerta.
Secaucus. La llanura industrial. Las fumarolas de Rutherford. Desde el autobús podría verla acechando el Turnpike de Nueva Jersey. Esa pantera la conozco bien. Esta vez me niego. Cierro los ojos, y a cambio se me aparecen dos lunas. La de Borges y MacLeish. Y es así, ambas están hechas de palabras. No hago ningún esfuerzo. Yo nunca recuerdo los versos de nadie.  

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