jueves, 27 de septiembre de 2012

La chucha


Raoul Ruiz



La chucha. Aguas. Génesis 2:18 a una gota del olvido. Por. Sin ni siquiera explicación. Y quién con quien quisiera. Ir a los siete rodantes dados que suman la edad. Mártir sin apenas darle bienvenida al juego de las estrellas a la hora de. Y. O. Uno respira. Después ese buen ruido de las cosas que chocan en los extensos herbazales donde Raúl Ruiz tiene una fiebre incontrolable provocada por una falta de prenicilina y en su hotel (nos) pone en cola para que se examine la provocación, el ezyerminio, las coincidencias oscurecidas, el tampón de la era.

De vez en cuando chucha. Como si un toro a sus astas detuviera en el forcejeo de un diestro que repecha contra la (in)tranquilidad que ofrecen las tablas. Un doblaje. La piedad del rasgo pulirá aunque no estés. Ni siquiera la expectativa. Lo que queda es meterse, profundizar, como si esas pedantes extraordinarias se dieran para el aroma de la carne agusanada. El forcejeo de las mucosas. O sea. Un olor insoportable a comida china en la noche aborda mientras la cosa avanza sin que b = nadie lo perviva. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

Reproducciones (butoh)



1
Las grupas. Una curva desde los estambres donde está dibujada una abeja encima de otra abeja, y debajo de un gran girasol, aparenta ante el cierzo doblarse en el giro de un capote. Los plásticos. El crascitar de los plásticos. Una ligera conmoción en el tránsito del polen envejecido, apenas un polvillo o una ronquera.  O. Y. Un ruido parecido a tu voz.

2
Un andamio. Si reproduzco tu voz. Se cruzan entre los laureles de un cuadro de Caravaggio la lentitud del aceite y la futura arruga que se abrirá al abismo del olvido. Pero. Si me acerco a la inferioridad. A tu labio. La carnosa cavidad  resbala  (allende) en la saliva de los pedregales. ¿Por dónde he venido contando dos las heridas que me permean?

3                                                                                                           
No estoy seguro de lo que oigo. Hay una vuelta en lo oscuro, unos dedos que tiento al temblar cuando oscilo  entre el deseo de perderme y sentir lo que toco. La gravedad desde los paladares. Como tul debajo del agua se agracia hacia un fondo. Dónde. Dónde. Y luego pasa.

4
Sobre tus labios despliegas los dedos. Un abanico. Y otra curva aparece. Acercas la estrategia de las abejas suspendidas en el último día de mi piel, {a} intervalo degenerado, que florea contra la luz que atrás deja lo que pasa. No habría tiempo para hablar de ese estribor. Otra vez levantas el talón. Y. Ya no eres tú.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Si los albaricoques


Harmen Sikkenga


Si los albaricoques fueran alborotadas medinas sobre tu cuerpo y a ambos lados de tus manos las aguas, torpezas, ya cuchillos fríos, de tono en tono, con sus órganos en basso continuo debajo de tu gravedad, un hueco de proserpina mesura (al fin) al trasgo de mi cintura, un atado de deseos, y arrancaran de ti mi dolor, quedaría todo ese líquido estancado, un gesto sin otro, hasta que aparezca el amor con su cara de butoh.