martes, 25 de agosto de 2015

El deseoso (El almuerzo)

Melih Dönmezer

El almuerzo. A pesar de sus quilos y gramas, la tierra propone sus proporciones, el lanzarse a lo vacuo. Madre concluye. Reclama en las amapolas el día de sus caídas. La mirada en toda su colección de muñecas. Y a un lado pone pan. La mesa. Formica. Lumen. La inerme transigencia de la cuchara, desvío, curva donde dócil el ajo, estrellado, contracción, como advirtiesen, y no por sabias o brutas, sus puntas, viene de una cuerda del gran cello a estremecer cuando la lengua no puede. Y quiero entenderla. Entender lo extendido. Su fricativa en la oclusiva, el texto bajo la capa de pretextos y seguranzas. El almuerzo. Y. O. Luego un muslo, tamboril para bordar- Baudelaire- salsas glosadas de tuétano, cae- pone para instalarse- mi duda en reposo, las arenas a su ola, el pulso del pintor a su (acuarela) cuando le niegan el azul del cielo, el agua a sus caracoles, el redondel, ceguera, a la madeja de la Singer. Y no importa. No es que llegue. Corrijo. Llego tarde siempre. Trago saliva antes que me empoce la siesta, que, al desvestirse, descubre a mi madre alzando un pie ante el pintor. En

última instancia, la insipiente penumbra del soslayo. O sea, una olla chifla. Están los frijoles y hace rato el arroz esperando.  

viernes, 21 de agosto de 2015

El deseoso (Soñando una vez con Charles Bukowski)

Charles Bukowski


El problema no era seguir dándole patadas a aquella cosa con la cara de Bukowski // en rosa, descartado, la lengua sufragio y hecho tierra me observaba. Dote. Creí que era eso porque algo brillante en un pezón, y el desprecio, inexacto, tentación a mis furias, compadecía con titiritantes y afilados dientes abriendo una lata de Old Milwakee- como cuando venía del correo de guinga y mangas cortas. Y por fin, en su justa medida, la patada. La confinada lectura de fulano poeta- insoportable- a zutano pareciéndose. Los taconazos-perenganos- encima del bar con turbios espejos tejían El Internet y sus advenidos ríos de alternos belfos do furcias atadas, diestras y siniestras, a la pata de la cama ante mi capa dengue y La Parálisis anegada del lago (w.w.w.) que me dejara en la piel, verruga de bordado blanco y Seferis. A fin de cuentas, supe al despertar, y al verle la espalda repleta de granos y pecas, sin calcetines y alivio, que si pateaba con botas- igual al gato- caería en medio del séptimo asalto Derrida vs. Bukowski. Y me gruñí, tal ogro al borde del linóleo, qué el mundo se lo merece igual, qué no me importa la piroclástica efectividad del mediocre. A mi edad, balbuceé en busca de los lentes, no es menester, priápico y borracho todavía, estar a salvo de excepcionales idioteces.