Laureles, Tacuarembo, Uruguay (Fotografia de Elias Mendi Isasi) |
La Banda. Estancias, y, a un lado, se deslizan, vuelcos, cuatro azules, un nombre, y una interminable rendija oriental. Y el sol no sabe a cuál franja sonríe. Detrás, en las alambradas, se estira un caballo, una faja de pinos y eucaliptos. Catadióptricos. Helada, lejos, en los interminables potreros, al abandono, pasea con sus novillas entretenidas, la extensísima filosofía del descarte. Se fija. Además. Su parca música al girarse (eje) dentro de un poncho patrio del tamaño de un diminuto estómago, el viento. Allá dentro rumia. O. Y . Afuera consumada (estancos, denuncia, praderas) esta mentalidad, lateralidad, del ser y no ser otra cosa, un espacio dónde se caga por decir o decir se caga a la intemperie de ese fractal diseño de la bosta al instante (cuando toca) tierra como materia fecunda del latifundio.