martes, 27 de marzo de 2012

El balcón

Composición en rojo, azul y amarillo (1921)
Piet Mondrian


27 de marzo y el 2012


La maña saca su cuchillo y la frialdad esperanza la calle como una fruta. Hay dos combinaciones sin excederse. Las mujeres aprietan los glúteos bajo el empuje de la fría ventolera versus los autobuses que marchan todavía sin los faros encendidos. Dos hombres atinan a voltear la cabeza por donde la luz mengua y se levantan restos de papeles. Si uno insistiera ahí, podrían coexistir dos líneas paralelas que se podrían reducir a un Mondrian en movimiento. La otra combinación atraviesa una mesa adornada con mosaicos donde un plato de alardes germanos tiene encima una pareja de cisnes de cerámica (coreana) entronados en un corazón blanco y de orillas doradas. La mesa está en el balcón. Y desde el balcón, entre las rejas, se puede ver un roble joven y florecido moverse. La combinación de los desbordes de los colores y el ansia que denuncia al cedro se interrumpe cuando pasa una muchacha con un vestido amarillo y un auto que en segunda, y en dirección contraria, baja la velocidad. El rugido del motor, como un punto de vista, me transfiere un cuerpo, la estética al revés, sin cromática, de unos largos dedos. Mis manos con el vacío prendido a un hilo de terciopelo, una inclinación tan ligera en mis intenciones me absorbe sin tocarle. Resulta que, en el preámbulo de mudos, el sentido opuesto, el bandoneón dentro de sus axilas, la bellota carnosa que despuebla la boca, y el modo que cruza las piernas en mi colchón, son una aparición parecida al frasco donde están los higos de Colindres sumergidos. Es un replay. Tiemblo. Y me fijo en otros detalles. Debajo de los cisnes, en el plato, aparece una escena parcial de La Santa Cena.

No hay comentarios: