Como mínimo, espuma. Le explico a Isabel. El rictus del
paraguas. Cuando entre señas se guiñan los cuerpos al sometimiento de lo voraz.
El flujo: esto- le recuerdo la falsa inclinación de la garúa: la carretera y
los carteles, sus armaduras vertebradas en cuadrángulos y verdes, las riñas de
las curvas (y empero su codo que
descansa) delante de los olmos por desnudarse, y ese incierto aluminio, color
que invade y doblega, creo vuelve a gotear en la flacura del viento en un muslo
eléctrico, chicharra reventada, así en la corteza, de estas cosas tan
cercanas. Y su mano, me acerca. Dobla el cuello, y mira, decidida, para
ver que acaba de pasar.
lunes, 29 de septiembre de 2014
domingo, 28 de septiembre de 2014
Oración de trocado zumo vespertino en su barroco
Luis de Gongora, Picasso (1948)
|
Si alguna vez así
millón Quevedo millar Andrés de Uztarroz la sierpe -yugulares y la tensa sístole
de juglar. Perdón a quien asoma. Igual que todos los pixeles, gritados con su
rima, hormona de zapatos y gran juanete en torno al principio pregón, me
acerco con la vela en la mano a ese verso sobre la pantalla en gris. Oh, zumos.
Por las barbas de Satán, que allí su simetría de ambulante tigre mis uñas
recorte ahora que husmeo- dos Y. O. tres- las iniquidades de estos hijoeputas
poetas a fin que acusados naveguen, mismísimos naos, al otro modo del mapa
inmundi de Tuculo, Góngora.
sábado, 27 de septiembre de 2014
Sugar Daddy
Retrato de Andre Darain, Balthus (1936) |
Ya no creo, Bien,
sacarte de paseo y mirarte el soslayo de tu última pirueta. Cuando la saco antes
que a ti, se pone los estiletes que compró en el baratillo y sé que no lo hace
para chingarme. Y los vecinos, todos, incluyendo al carnicero, 77, sus pantorrillas imaginamos en delicada
sopa. El vapor sobre nuestros ojos, acuoso el moquero andando y de retina a neuronas,
andando -retroceden las hambres- lejana memoria en la cuchara, a una puerta
donde llegamos sin venirnos. Así, calladitos, de vuelta, Bien, prefiero a las vidrieras
llegar para en ellas mirarnos en algún antojo. Ella se mirará de arriba abajo,
hasta los tacones, como si quisiera amarse ahí mismito con su doble y producir
alguna intensidad parabólica. Yo seré el transparente de siempre. (Y) apunto, si
lo ves mejor, el familiar etcétera de sus panes de cada día, las cosas que
tolero: el total silencio en las cenas, sus ronquidos de Paxil, cuando orina
con la puerta abierta, su aliento de chicle: a condición que nuestros cuerpos,
Bien, apliquen el debido aflojo en este mundo de guerras y nos ate un acto
benefactor.
viernes, 26 de septiembre de 2014
ENCHUFO
¿Qué no a la sedancia,
me crespo y sulfuro, aun si arriesgo mi tiempo, en esto, la puta sotana de mi
verdad? ENCHUFO, me chiflo, en sí, cada vez que el dedo pongo entre estas llagas
poéticas. Cada vez. Las nimias. Otro trago de vino para la falta de vergüenza y
cuánticos –dulces- plagios. Atraco, como siempre, en dos, tres, ya demasiadas
lecturas. Y al complejo estado de gato, que me entrecoma, vuelvo diamantino,
agarroso, a mis Diógenes grotescos y panzudos, al punto grieta del moral en el
patio. Ya basta, me digo, de escribir estas mismas mierdas. Y sin embargo.
jueves, 25 de septiembre de 2014
Látex
Dentro de lo
suyo, el látex. Aceitadas sus penínsulas, como marañones, su acidez aprieta.
La floja sepia puesta de nada vale. De nada vale que apriete. Y tampoco. El olor
a caimán, al regreso de los reyes magos, los ojos desorbitados sobre las
muñecas- decapitadas, parapléjicas- a montones en el rincón. O. Y. El fondo de
los baúles. Una orbita de algunas líneas se entretejen, cuántas veces, con la
manufacturada caricia de una mano, un piececillo que en su camino atrapa, en el
estambre, la admiración de una madre. Algo allí nace. Huye. De sus propios
químicos crece su fijación cracitante, el retoque de los labios en el neceser
–aromas, creyón, carmín- igual que un cuello de una pareja de gansos que entrelaza
por vida la búsqueda en la asfixia. Algo así, que tanto imita, requiere morir con un cuerpo.
miércoles, 24 de septiembre de 2014
El ombligo de su gato
Fue tocando tetas
hasta el ombligo de su gato. El resto tuvo dos partes para el olvido. Uno más
uno hacia la portañuela de la mar. Y casi al despertar, por el Ganges, bajaban
cuerpos envueltos en telas. A la fosa, gorda, palangana, a mitad llena, micción
clara, la antepenúltima gota desde el confín de la noche, y si descendía(n), a
pesar de la gravedad, iba entre palabras in vitro -en irreversible letargo
trepaba un chipojo la pared- tocando totos hasta el ombligo de su gato.
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