sábado, 3 de enero de 2015

El deseoso (Mi prima Vera)



Me guardo en estas cifras la frase que ésta, mi prima Vera, algo positivo tendrá que tener. Desde su mal genio a la noche más larga del sieso (7:18 a.m- 4:31 p.m) hasta la copa de sidra derramada en el pantalón, todo apunta a que arrendarán algunos pudores por colores, un birdón con la caída de una memoria hasta su fondo y de allí no saldrá a pesar de su peso y liviana erre, Oh Vera. Y le veré las tetas. Eso sí. Las menguantes estalactitas de pecas minadas de  estiradísimos tulipanes (amarillos y rojos) doblados. Y la brisa como eccema. Porque el pelo si está revuelto en el escote no habrá otro deseo. Porque si mi prima vuelve a encontrarme aquí ya verá Vera que soy capaz de romper los gerontológicos brotes de la sangre en mismísimos deseos. Y cuando ahora la pienso, adónde se habrá ido. Cuál fue exacto el día que dejó de estar, y sin echarle de menos, empecé, años después, a pensar en ella otra vez una Nochebuena. Y cuál de ellas. Habrá sido en la que caía lluvia y las calles, esponjoso tránsito, se diluían en los tragantes, mientras cardaba la ventolera los cables eléctricos. Pues el mundo temblaba. Y sentía convertida ausencia los aromas del lechón asado, el arroz del negrito Con, y aquellas abundancias de frutos en la mesa cuando imaginaba que si hubiera podido tomarle la cintura y besarla delante de todos otro gallo cantaría. 

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