miércoles, 21 de diciembre de 2016

La pose


Baigneuses (1929) y Massimo Campligli

No hago más que cambiar la pose. Y otra la posición con que se aparece un vaso de cerveza descarbonatada en el derruir de Deniz. Cuando ponía el oído debajo del sobaco y se alternaba leyendo a quixotazos las majaderías de Bishop, aquejada por los mosquitos brasileros, quienes acostumbrados a sangres meridianas se la banqueteaban como coctel lácteo. Y si intento desabrigarme, fastidiar con otro instante de mayor versatilidad, toco el yeso de Martí rodeado de un rosedal, tarde sobre un trozo de pan con azúcar, el muelle moviendo la sensualidad en una bandera, aguas al margen de lo ominoso, mientras mi padre escrudiña el norte en la inmensidad de la mar, y detrás de su cuello los montes, la estación, cultivos, verdes sofocantes. Y después de un rato la palabra “oruga”, y regreso cultivo. A la pose donde el rotor del hombro me abre (.) sin remedio a la oscuridad donde oigo, en mi costado, a Isabel roncar.

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