Obstinada, jarra llena de agua, la libanesa.
Una vez apretados los labios palpa
la cocina, y escoge utensilios, los colores,
alisa la mirada, se ajusta.
La abaya y las moscas le huyen a eso,
tan humano, queriendo ahogarse.
De espaldas y desde el kabkab hay días
que se caen los ojos. Casi se le ocurre
desear algo, insinuar una opinión.
A veces, cuando el bochorno es insoportable
y chillan las golondrinas, una gota,
por la barbilla, engorda
antes de lanzarse al vacío.
Y en el momento menos esperado
pone cada aleph
en su sitio, acomoda
un invisible tantour,
manotea las sobras,
y a punto de estrellarse,
bobina entre los claveles
sobre el mantel
los deseos del púrpura,
presunto alguacil que la espiará
el resto del día
ir de un lado a otro.
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