25 de febrero y este 2012
Termini está cerca. Le digo. Me recuerda cuando se abre una trinchera y se espera. Cuando se cuentan los pájaros pasar sobre la cabeza en un pedazo de cielo. Ese agujero de la incertidumbre. Le digo que cerca porque a los diez años el mundo es inexplicablemente grande e ilusorio. Y las distancias, por muy cortas que sean, se miden por el peso de un tiempo inmensurable.
A los diez años cuando te preguntan por tu padre uno baja la vista cuando se teme. Y la paloma que pasa por la ventana se queda paradita en un cordel de la luz y uno es el único que la registra. Te lo guardas sin comentario.
Cuando llegamos, el olor a pizza le abre los ojos. Las dos porciones las aliña con la confianza de una vieja cocinera. Pimienta roja y orégano. Pecorino romano. Mira alrededor y va hasta el mostrador. Regresa con ajo molido. Balancea con cuidado los ingredientes. Pero antes, le ha puesto unas servilletas para esponjar la grasa.
Quisiera que fuera viernes. Se me terminan las vacaciones de invierno. Me dice. Yo deseo poco. Le digo. Ella muerde la pizza con lentitud y después no dice nada. Tal vez ha visto la paloma dar el salto mortal desde el cordel de la luz y prefiere callar. Decido no girar para ver si es cierto. Prefiero creer en su silencio.
Afuera el viento nos arremete contra el tránsito. Los plásticos, los abrigos, los cabellos, las vidrieras. La gente baja la cara. Cala el frío. A mi lado se refugia en su chaqueta azul. Le explico que febrero no ha sabido comportarse. Hay que desconfiar de estos calores. Me inclino a pensar que marzo conspirará y que nos llevará a entender menos. A ella le intriga que en otros países es verano y le parece una cuestión que tendrá que estudiar a fondo a partir de la línea ecuatorial. Tiene que leer más. Decide.
El viento. Las manos se le enfrían. El viento. No lleva guantes porque le ahogan las manos. Le da miedo no saber como explicármelo. Pero estamos de acuerdo que la temperatura ha bajado. Y que estamos alegres. Nos reímos y le señalo las nubes separadas de la luz y algunos copos de nieve que revolotean frente a nosotros. Los mira con asombro. Lo que mira está mas allá. La veo levantar el rostro. En ella hay un cubo de ausencia en ese tiempo que nos separa. Un exponente. La fórmula perfecta para despedirnos.