martes, 24 de abril de 2012

Ciudadano

Nicanor Parra


Aficionado a las ataraxias faranduleras y al beisbol, a tripa abierta y panza arriba, entregado al vino, escucha el noticiero rosa de las 17 horas. Desmadejado, cuando el exceso demanda civil postura y mearse de risa es mearse en la calle hablando al cielo, le cuesta, todo el peso de sus tripas, levantarse. Y grosero, eructo y pedo mal calculado en público, sabe que lo embalaría, hasta el tren que tanto odia, el querer largarse de todo esto. Allí la gente con la mirada  en sus zapatos. La mudez. El olor del Lysol de una clínica ambulante. Tan chilena diría Nicanor Parra. Tanta gente desgastada. Hartas grietas, se dice, para el desperdicio, esos ojos cagados de miedo. Y, como no sabe a lo que teme, no apuesta a que la mujer de las tetas inmensas le mirará los zapatos, se lleva la mano a la boca, y se baja de ese tren.

Hace dos días que tose. A mediados de pulmón, si ya queda uno, una cosquilla que soñó el primer día después de una aparición de unos bucles jasidicos. Profundos en la garganta. Atorados en el mismísimo embudo de la apnea. Hasta un apellido en alemán se le aferró con insistencia. “Steinmetz”. Y tosió y tosió las flemas de una salina incandescente y de verde papaya, aspas y a Don Quixote, y un caballo del tamaño de su pene que allí reside, y que en desaforado galope lo llevó hasta perder el aire de este mundo, pero que no lo devolvió a las blanduras del colchón. 

Lleva así dos días persiguiendo una tormenta en el teléfono, esa sombra verde que viene desde las planicies con manchas amarillas y naranjas. Y en esa cromática se recrea, se regenera, una tensión que se le mete en los huesos y le jalonea los músculos. Se preocupa por la insistencia de la tos y, por fin, se levanta. Mira por el agujero de la ventana los tendidos eléctricos, el vaivén de las hojas en los árboles, las espesas nubes. No quiere resignarse a que la lluvia llegue y le cancelen el partido de los Yankees contra Boston.

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