1
Si tejo en el
lebeche cambrias y pectorales, doma el cadáver de Baudelaire con su tapa de
mieles y el recodo de una corva por rodilla -eros en salsa- un mosaico, uno
solo, apretados en pelvis, una y solidaria, Cádiz y playas soleadas y lo que hemos
querido, y el asombro -hija salada de toto abarcador- a las cinco, su café y
las noticias de ultra allá junto a mis poemas mexicanos.
2
Hay otra letra a
la que el capipardo afloja su zorzal. Sérif suave. Pica que pica hasta el
esternón su doble psoriasis, las ansias. Qué hay y no en el aire -portamenti-
se afloja, mi oído a piernas y roce, algodones y vestidos pasan en una Nelson. Vaya
agaches de mis testículos.
3
Con una cerveza
bien bávara quisiera. Lábil. Aguas resumidas, piedras limpias, ponerme en una
fecha. El monje que allí presenciara la evidente soledad de este callejón se
agita hasta la lengua. Un bozo. En espumero. E insisto recordar que la lengua a
algo tiene que saberme.
4
Después de pagar
mis cuentas. Los epígonos y mis insoportables acúfenos se rasgan otra vez, y en
esa ranura me extiendo la mano -sobre la mano por posarse varias moscas- donde
no hay nada. Esta mesa en el mundo. Este tejido bajo los azufaifos -a punto de
levantarme.