jueves, 1 de septiembre de 2016

Rueda -rueda- rueda

Recreacion de la decapitacion de Holorfenes de Caravaggio

Estarcido. Y la saliva le va concediendo un sabor que sobre los techos de Toledo había tenido el albur de una tarde cuando bajó del estribo con el alma en giros, un ardor en el costado donde ella se alojaba sobre todo el reino y sobre toda la fuerza de sus ingles.

Los parapetos. Indultos. El carbón y el sabor a ciervo. El olor a cuerno de toro, descompuesto. La tripería. Le asoma a los ojos (como) una lágrima, sin sal, todo aquello después de las pérdidas. Un ángel al lado -desplumado- dándole órdenes para que se vaya a su propio infierno.

Lo sabe. Y buscar en la ceniza el cordón, todo aquello  -le vino-  instante, el espesor de su cuerpo contra el de ella. El desmadejamiento. De la alcoba la lumbre, el poniente, perderse, escudos y cosas que no pueden remitir. Y (cuando) está por llorar hubiera dado todo por haber nacido -infinitésimo instante- en otro rio y que jamás conocido hubiera a la culpable por donde ahora su vida rueda -rueda- rueda su decapitada cabeza. 

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