martes, 11 de septiembre de 2018

El interior del momento



I)
El pellizco suma la misma intensidad que el olor concentrado a lavanda. Empuja por dentro de la uña del dedo gordo del pie izquierdo. La lavanda, incolora, por los agujeros donde estaban las aldabas del baño se escurre, emite sus vapores desde el inodoro. Relame, dentro de la concavidad, los ácidos, las proteínas, la condición dentro del óxido que intenta resistir. Y si cuestiono el insistente tirón hacia la punta del hueso, y que en una invisible tracción desea en su ignota presencia dirección, desde afuera llega el incesante taladrar contra una pared. Alguien/Algo insiste con un collar de letras huecas contra La Resistencia de los ladrillos y la mampostería. Y cada una de sus partes, al entrar en el apartamento, se destornilla por el aire, vibrante, inconsciente.

II)
¿Cuál dirección lleva el robot (¿Roomba o Zenón?) redondo que gira en el piso? Acaba de salir de su puerto en la cocina. Un ojo verde pestañea en el mismo eje de su circunferencia. Tropieza y gira. Insiste. Algo desde las vísceras lo empuja. Hace círculos, rectas, circunvala, empuja, absorbe, barre, vuelve, choca, derecha, izquierda. Y cuando menos me lo imagino, se acerca curioso al dedo gordo del pie izquierdo. Lo tantea, le pasa su escobilla, por un instante pule la uña, y aterrado por el tirón de mi dolor, se aleja y regresa de donde vino. 

III)
““He caminado todo el día. Contra un miliario al fin descanso, siento la suavidad del musgo, una alfombra verde, casi refrescante. ¿Extremadura o Castilla? A la sombra 42 grados. Detrás del número del miliario las cigarras han dejado de chillar.” Eso escribí. Y también escribí que de las dehesas brota un olor a corcho. Que, desde el corcho, en una mancha tras otra, se elevan cercas o divisiones tras divisiones, piedras sobre piedras, entre encinares y albaricoques, y que las trepo, y entonces atravieso por el pasto hasta llegar a otra, y vuelvo a trepar, y entonces atravieso por el pasto hasta llegar a otra, sin saber donde estoy. Quizás más tarde agregué: “Desde que partí de Sevilla (15 días) no he visto nube alguna. Temo que en el interior de este momento la nube que está por aparecer sea la misma que vi en Sevilla.”” (Fragmento del diario de un peregrino en La Vía de La Plata,14 de julio del 2003.)

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