lunes, 3 de septiembre de 2018

Hildegard von Bingen (Crizanta caldemia)

Iluminaciones de Liber Scivias. Hildegard von Bingen y Volmer

Nublado. Y las 12:15. Después de haber leído en un zigzag, las apariencias se levantaron según la marea de letras se coordinaba; el margen dobló por una esquina equivalente a una imagen, a una yuxtaposición de este Y/O lector, y cuando el hambre se convirtió en protagonista, la lectura se diluyó en intermitencias, episodios que desembocaron en la fijeza del amarillo en un revuelto con ajo y cebolla. 

Pero. Al margen, La Duda. En un trozo, El Tiempo. La curiosidad por la palabra Reliquia envuelta en un imprudente olor a mirra. Inclusive, el éter cuajó parte del hambre y el olor de la carne en el verbo Azar. Puse a un lado la lectura. Y El Internet, devoto al consumo, al círculo intestinal de ácidos, gases, invisibles cuerdas que empujan los molinos, orden impecable de cada órgano en la cavidad peritoneal, llegó, justa presencia, a la pantalla, tal noble caballero (argente) cabalgador de circuitos, navegante de motores, circunvalando el Wi-Fi, hasta desmontarse en la página enamorado: 

Aparece el rostro apretado, ovalado dentro del negro, los rasgos femeninos sobre los blancos del garguero y el hábito. Y a veces una piel que, antes que se descubriese la canela, pudiera haber conocido el sol; sin embargo, puede que le pertenezca dicha patina, se argumenta, a la lenta cocción de las calderas del conocimiento divino, y que, por ello, aparece interpretada en varias pinturas bajo lenguas de un fuego superior que desde ella se elevan. Hildergard von Bingen.
  
La lengua japonesa siempre se ha acercado a lo ignoto. Y sucede que, en el momento de contacto, ante el acto de nombrar, (se) atrapa en el misterio el infinitésimo fragmento equivalente a la inmensidad de lo perdido. Hidelgard von Bingen rumió ante lo mismo. Y tuvo que haber vomitado ante la crizanta caldemia. 

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