domingo, 16 de enero de 2011

Virus vespertino

15 de enero y 2011

Aprieto el Blackberry. Y por 16 segundos escucho una voz masculina, distorsionada. Y sin duda, habla en una lengua de ultra ozono. Indescriptible. Oscura. Detrás de la voz, gravedad, una serie de interrupciones como si alguien estuviera rompiendo una viola. Quizás hubo dos pautas. La profundidad de la voz se extinguió con el azul de ATT. Qué coño fue eso, tú.

Fue William Borroughs quien dijo que el lenguaje es un virus. Vibra el Blackberry.

Isabel me devuelve la llamada. Me pide explicaciones. Por qué me estabas roncando en el teléfono. Qué te pasa. Le explico lo de la voz incomprensible del hombre. Estabas dormido y no te diste cuenta que me llamabas. Qué. Isabel insiste irritada que eran mis ronquidos.

Eso fue después que Ramoncito abriera la puerta y entrara en mi apartamento. Tiene que habérseme olvidado cerrar el llavín ayer después que me perdí en los trillos de hielo. Yo estaba por escribir en el diario intermitente los orígenes de mis temores a la dimensión fractal cuando entró. La puerta chirrió y supe, esta vez, que no era una de las ratas que entra y sale.

Se plantó en medio de la cocina con el peso de una estatuilla. Me miró y se sonrió. Ramoncito entró lleno de una enigmática energía. Quedé embelesado. Antes que me levantara del piso, antes que pudiera decir algo, se abalanzó sobre los libros amontonados al lado del refrigerador. Quiero decir que se lanzó como si estuviera por zambullirse en las olas de una playa. Un buzo enano. Dio un grito que me aterrorizó. En su derecha, un pez recién sacado del mar, coleteaba mi guía de El Camino de la Vía de la Plata. Con la misma atónita velocidad, salió disparado por donde mismo había entrado.

La madre ya bajaba asustada. Me llenó de disculpas. Ramoncito apretó el libro y soltó un chillido de alta frecuencia. Le encantan los libros, me intentó decir la señora en lo que lo sujetaba. Después me lo devuelve, le iba a decir. Pero, Ramoncito se le escapó y, ambos, desaparecieron escalera arriba tras un estruendo de pisadas.

Aquí, en el diario intermitente, se me ha ocurrido llamarlo Ramoncito. Confieso que desconozco su nombre. Lo poco que sé es que vive con su madre en el apartamento 5 y los fines de semana no me dejan dormir pasada las 7 am. Corre como un elefante. Tendrá, tal vez, 5 años. También sé, por el gordo peruano del 2, que es autista.

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