22 de septiembre y el 2011
Andy’s Corner Bar. Smuttynose pale ale. Después del sueño de esta mañana, bebo la segunda cerveza con más paciencia. Creo que, con ahínco, comienzo a medir la circunferencia del vaso según lo acomodo sobre la tapa de cartón que Bárbara me ha dado para posarlo. Mido, contra la orilla del bar de caoba, el vaso y la posadera redonda, hasta que el conjunto rinde una simetría imaginaria, una que me servirá para apoyarme en la conversación que dos hombres cabalgaban animadamente a mi izquierda.
Al que le puedo ver la cara tiene una camisa azul. Frente a él: un stout de chocolate. Espejuelos y cabeza raspada le dan una tónica inquisidora. Será tal vez porque se inclina y se balancea en un mismo gesto cuando escucha. El otro, encorvado, medio hombro hacia el de la camisa azul, lleva hace ratos, una confesión por caminos de un culebrón amoroso que su interlocutor interrumpe para acentuar una pregunta prudente y bajita, y así aprovecha para succionar el último trago de una Corona. Abrupto, el del culebrón, llama a Bárbara y le pide dos más. Es entonces que le veo la cara. Doble papada, ojos pequeños, y una nariz pugilista. Esta vez, me da la espalda por completo y me obstruye parcialmente la cara del otro. Ambos, simultáneos, piden lo que bebo. Smuttynose pale ale.
1-Mi hija es alta y delgada.
2-Heredó pocos rasgos de su madre.
3-A veces, cuando se ríe, parece una versión femenina donde parezco feliz.
4-Según han ido pasando los años, y las responsabilidades de la vida la han ido blindando, se ha ido apagando su dedicación y amor por el cine.
Varios sorbos. Regla de la paleontología del bar: quedan los anillos de espuma seca adornando el vaso. Lo vuelvo acomodar sobre la posadera. Reconstruyo otras medidas. Otros espacios. Mido ambas circunferencias. Busco una nueva querencia.
El del culebrón levanta la voz. Oigo la palabra Cristo, compañía, amor. Se le escapa otra, apenas inaudible, en una carcajada. Ambos ríen. Algo han dicho y no puedo conectarme a la risa. Le puedo ver, al del culebrón, la oreja derecha en un gesto que ha hecho al agarrar su vaso. La tiene roja. Roja como las semillas del cundeamor. De repente, noto que el del culebrón le ha creado una querencia al culo de su vaso. Un sitio circunferencial y exacto sobre la caoba. Una mancha oscura. Su vaso, al igual que el mío, tiene esos anillos secos y separados. Los de él están más separados.
La amargura de la cebada me contrae las amígdalas y me afila la punta de la lengua. La última desaparece en cuatro sorbos. Bien. Bárbara me despide con una sonrisa cuando le insinúo que viajaré. Los dos hombres a mi izquierda piden otra, pero no logro oír que dicen. El lugar se ha llenado de la gente de siempre.
El autobús ronca por la ruta 80 en dirección a Nueva York. Debajo de unos tendidos eléctricos que cruzan la autopista decido viajar (definitivamente) a Knoxville a pesar que ya he comprado un billete de avión y
5-Se viste con muchos colores.
6-Miente más que yo.
7-Demanda detalles de un pasado que ya no me interesa.
8-Le gusta su Martini con Ginebra.