viernes, 16 de septiembre de 2011

Confluencias y el retablo mayor de la catedral de El Salvador (Oviedo)



15 de septiembre y el 2011

No estoy seguro de los daños causados por los rasguños del tiempo. Simplemente una rosa. Leonardo Favio. O. La calma se cuaja. Remolinos de dorados opacos (encerados) se merman en la gelatina del eco. Se desplaza hacia el retablo mayor lo moribundo, toda una sección de figuras despega desde la posibilidad de la inercia. Y lo simple también es una brújula. Rosa santa de los idiotas. Y en una esfera (servida) la caída del azul. El paraíso estático.  La vigilia de unos dichosos bichos de los horrores de ultramar. Allí la vida aguarda. Se suspende por un instante. Y. Me calmo (detrás) en la penumbra que proyecta una columna. Alguien ha entrado y la puerta repite su eco. 

Después. Me siento (allí) en un banco. Y es difícil distinguir algo. Allá y acullá los espacios y lo profuso. Y sin embargo, siento que me brota un pasaje vertical y limpio. Me recojo. Me monto en esa mirada hacia la cúpula y me desvanezco en un círculo donde la luz se cruza en un vitral ominoso que como cuenco de un seno quiere brotar. ¿Y si le pidiera ayuda a San Roque entronado de joyas. O. A. La virgencita cargadora. La de la cadera con mareo? 

Cierro los ojos y dos instantes confluyen en la oscuridad. Una erección sin rumbo y una pintura (láctea) de Pancho Cossío donde unos barcos difusos atracan sobre tres mesas (amostazadas) y donde aparecen unas pipas interrogativas, un plato de frutas y una caja de tabaco. Cuando los abro, me paraliza la sensación que el opuesto del eco reside en las gotas de ceras de los cirios. Que. La mujer (aquella) gira el cuello hacia el retablo y no verá los gigantescos tamarindos que de allí cuelgan. Así ronda lo escondido. Tampoco le llegará el hedor descompuesto de los pies santos.
 

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