miércoles, 28 de diciembre de 2011

J. S. Bach (La lluvia)



28 de diciembre y el 2011


El rumiar le ha llegado en el clavicordio y ahora se entumece la mano en lo que mira por la ventana. La haya del granero se mueve bajo las circunstancias del aguacero que empezó anoche y no ha dejado de insistir. Un basso continuo. Un cello baja desde su gravedad y se extiende en las almohadas y la yerba, ya no en el sonido que se imagina de la lluvia, sino en el olor que la humedad ha levantado y se disgrega homófono. Y sin embargo, trepa una condición del rumor de otras cosas conectadas con las aguas. El viento de los interiores. Y exteriores. Esos roces inevitables. Ya el estremecimiento de las hojas cuando saltan las gotas al abismo. Ya el canal del techo que teje el agua en trompetas agudas. Atento si rivalidades si contradicciones si ecos si carcajadas descienden o ya han sido parte de ese momento. Si la mañana avanza desde su ventana en espera de algo que él toque en lo más íntimo de lo remoto. De aquello lo escondido. ¿Qué significa todo eso. Qué ponerle a las cosas para que exalten qué. Qué se transforma con la voz. Cuándo poner las manos sobre las teclas e irrumpir en el laberinto de las cifras?

No ve al serafín (asombrado) inclinarse cerca de su oído. En cuclillas espera que vuelva su mirada al granero y rasgue en el papel. Es curioso el signo del sonido y los lazos de luz. El rizado de los movimientos. La angustia del ámbar. Lo que previo se exponía para luego esconderse. Los timbres ovónicos de esas voces que se le han (cuajado) hacia lo irreconocible. Él se dice así mismo En ese pacer donde nada importa.

Aquí el conjunto [haya granero lluvia ventana rumor etcétera], y no importa el orden ni el valor, se cauteriza en la soledad del cello. Lo repasa como un cuchillo sobre carne recién sacrificada. Y no sabe cómo acabar ese momento. Si entrar en el aposento del éctasis o quedarse con su eco. Afuera arrecia la lluvia. Y él ha tomado su decisión. Prefiere escuchar aquel arreglo: una y otra gota caer sobre el mundo. Junto a él, el serafín ha preferido también escuchar y esperar. 

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