viernes, 17 de enero de 2014

San Isidro




Tarde plomo. San Isidro. Envestidas y arrebatos. Faltos de reposo los corrales. Enquiste. El palco calla. Salta la arena –anuncio-  y se diluye. Se traza con el pase a punto que rotan las rodillas. Es punto encerrado. Verónicas. Y a la vuelta los pitones están entre dos grandes pulmones. Una belleza de espontaneidades en necesarias envestiduras. Ya que lo que pasa pertenece al cero el encerado se derrite al mínimo roce. Lo dejan pasar. Se contrae y escapa con rosados y amarillos tintos. Un toque argente de inevitable añil. Y tal shogun, enarbola su peso detrás de la alcoba, brazos perdidos, caquexia, y un gesto ante el té, de rodillas, si la puerta se abre como la sombra de un arroz de blanquísima neuralgia, levanta la espalda y, en la vaina, a la par del lomo, se recuesta (inclina) y pincha en vano la montaña. Sin aplausos. 

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