lunes, 27 de marzo de 2017

Un fajo de Dos fijaciones ( A Maximus y Charles Olson)


Charles Olson

Sigue empedernido con dos lecturas, un fajo de Dos fijaciones, igual a las alfaguaras. Ruedas hechas colibrí. Suicidas. Un momento en el bar y no pierde tiempo, y ruega a Maximus que le escuche leer un poema de Charles Olson, y le confiese si su estándar del este no es otra cosa que un desierto aparente, áulicos ritos si la caoba del bar imita. Y. Desde el quinto trago, mira fijamente, y descifra. Ofrece mudo la inauguración de Donald J. Trump.  Y queda azulejado, nuncio, fragmento. La contusión, la cerveza, el labio superior ante o y a punto de desbordarse. Unas cifras dedicadas a la periferia. A. Los drones que en sus círculos otean cutres el momento y lo salvan, abstemio, hidrópico, afeitado hasta los cojones, “Un tipo casi limpio”, que observa desde el espejo del bar. Y. B. Erase como si de los recodos la lujuria estirara su falange oxidada y sobre la piel lo reventase.

domingo, 26 de marzo de 2017

Imposible retrato

Hugó Scheiber (Hungarian, 1873-1950) Autorretrato


Si harto ofidio tanteos acerca post data sulfatos betas requerir por lo menos mea culpa y no acceder al contiguo braceo con que buscan las tripas cacumen un punto blanco y guess o lo que agavilla. Y cuando estiba y enlaza queda a medias tranca pensando si vale la pena fondo tal culo tanta/excesiva tinta le haya rayado el corazón con sus malcriadeces de puta cara. Y. No pueda el dorso aplicar afeitado el espejo el resto de sus días.  

jueves, 23 de marzo de 2017

El Café de la Era Showa (Un soplo la vida)

Era Showa



Los dos íbamos un soplo la vida, cabizbajo aquel verano no hubo tientos, las telas doblando hacían una ventolera atrás en los vestidos estrechos, las chicas con un poco de miedo siempre reían, pero sabían reír, y después vienés, El Café, cada uno esperaba la crema mermase. Recuerdo que te vi, y eras aquella roca, la belleza, el estupor que llevamos todos, tu pelo perfectamente cortado, y cuando levantaste el peso hacia tus labios no hubo otra Era ni ningún vienés que volviera a atreverse a cruzar esa barrera. Te vi mirar hasta el otro lado del parque y temí no volver a estar en otro momento mayor. Y lo supe. Y sostengo, todavía, que al llevarte a los labios la taza pude haberte avisado que desgraciadamente ibas a mancharte para siempre.