30 de noviembre y 2010
Me levanto pensando en Gabardina. Los chillidos hambrientos de Gabardina. El hedor constante en el patio. Mierda hasta la panza. La palangana gris, llena de barro y mierda. Allí caían las sobras. Cuáles sobras. Apenas teníamos para comer nosotros. Se le veían las costillas. Se contraía cuando gritaba. Parecía que le daban ataques de rabia de una animal impotencia. A veces, comía algunos granos de arroz. No había otra cosa.
Algo se encarnó en él. Un caso kafkiano. Cuando me acercaba a la improvisada cochiquera se callaba. Me miraba con un odio terrible. Me daba miedo porque tenía la mirada parecida a la de mi amigo Jorge. Yo a Jorge le debía una caja de canicas. Aquello me lo fui tomando muy en serio. Cuando me alejaba volvía a chillar como un niño desconsolado.
Un día hubo que matarlo. Mi madre me dio su cuchillo. Niño, no lo hagas sufrir más. Un cuchillo de hojalata. No cortaba ni el pan.
Lo metí en el baño. Antes de pegarle en la cabeza con el ladrillo me miró como si por debajo de las losetas hubiera preparado un infierno para ambos.
Se despertó en lo que le clavaba el metal. La sangre. El pataleo. El chillido se transformó en un ronco NOOOOO NNNNNoooooooooo. Se levantó como si soñara con un manjar. Casi alegre. Tuve que aguantarle las patas traseras.
Después lo abracé con fuerza. El caso es que con el calorcito tinto que le salía del cuello nos fuimos durmiendo sobre las losetas. Cuando desperté, ya estaba muerto.
martes, 30 de noviembre de 2010
lunes, 29 de noviembre de 2010
Marranas 3
#
Vista dorsal, parte kabuki, pedazo ornamental,
Mediatriz de los lados en que le falló el amor.
#
En el parterre está mi nombre con una lápida
Adornada con un jazmín y madreselvas.
#
El cartero abrió una carta donde Santa
Claus tenía que llevar la enorme carga de Cemi.
#
De viento sur y bellotas se entiende
El jamonero desnudo frente a su esposa.
#
No fue una rosa. Su mano aflojó el pétalo.
Le llegó hasta el rostro la cuperosis del deseo.
#
Los huesos del rabo memorable del exquisito
Toro que conoció el fémur del matador.
#
Ella, la violeta que se desfonda
En el imperturbable labio del abuso.
#
Dos son las puertas del olvidado, una
Tercera se le veda al estratega.
#
Un golpe, un golpeador que ronda
Por un costillar zelandés a carcajadas.
#
Me pusieron en ayuno y en tópico de zona social,
Pugnas que se alivian en infernales vulvas.
#
No es que sea Dios. Es que es
Lo más parecido a Microsoft.
Vista dorsal, parte kabuki, pedazo ornamental,
Mediatriz de los lados en que le falló el amor.
#
En el parterre está mi nombre con una lápida
Adornada con un jazmín y madreselvas.
#
El cartero abrió una carta donde Santa
Claus tenía que llevar la enorme carga de Cemi.
#
De viento sur y bellotas se entiende
El jamonero desnudo frente a su esposa.
#
No fue una rosa. Su mano aflojó el pétalo.
Le llegó hasta el rostro la cuperosis del deseo.
#
Los huesos del rabo memorable del exquisito
Toro que conoció el fémur del matador.
#
Ella, la violeta que se desfonda
En el imperturbable labio del abuso.
#
Dos son las puertas del olvidado, una
Tercera se le veda al estratega.
#
Un golpe, un golpeador que ronda
Por un costillar zelandés a carcajadas.
#
Me pusieron en ayuno y en tópico de zona social,
Pugnas que se alivian en infernales vulvas.
#
No es que sea Dios. Es que es
Lo más parecido a Microsoft.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Teodorico II (453-466)
El rey se pone el armiño. Noviembre.
La primera nieve se enreda sobre los chopos.
Quisiera cruzar El Ebro y olvidarse.
Le apetece poner la cabeza contra la de su alazán
Y hablarle en voz baja. Balbucear con alguien.
El rey se sienta ante el espejo verde
De la ribera. Con un gajo dibuja
El perímetro de su corazón, las pugnas
Que son su reino. Cuál hermano afila
El arma que me abrirá el silencio. Cavila.
Allá por Pallanta y Asturica aparecen lágrimas negras
Que circulan el cenit. Recordará. Las rapaces
Digiriéndolo todo. Insaciables plumajes.
Los girones humanos. El sol y la transparencia.
La podredumbre del alma del vivo. El desbaste.
Teodorico II. Sabe que estar solo no es aquella mañana
Ver el meandro perderse sur. Que la llegada allí
Es lo que lo asombra y que ahora teme.
Ya lo sabe. Lo siente.
Esta gran Tierra de Campos dentro de él se ha enfriado.
La primera nieve se enreda sobre los chopos.
Quisiera cruzar El Ebro y olvidarse.
Le apetece poner la cabeza contra la de su alazán
Y hablarle en voz baja. Balbucear con alguien.
El rey se sienta ante el espejo verde
De la ribera. Con un gajo dibuja
El perímetro de su corazón, las pugnas
Que son su reino. Cuál hermano afila
El arma que me abrirá el silencio. Cavila.
Allá por Pallanta y Asturica aparecen lágrimas negras
Que circulan el cenit. Recordará. Las rapaces
Digiriéndolo todo. Insaciables plumajes.
Los girones humanos. El sol y la transparencia.
La podredumbre del alma del vivo. El desbaste.
Teodorico II. Sabe que estar solo no es aquella mañana
Ver el meandro perderse sur. Que la llegada allí
Es lo que lo asombra y que ahora teme.
Ya lo sabe. Lo siente.
Esta gran Tierra de Campos dentro de él se ha enfriado.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Afeitada sabatina
27 de noviembre y 2010
La espuma. La cuchilla. El espejo. Piel como cráteres lunares. Tristísima. Qué triste la piel. Alguna vez fue mi piel fina como la piel de mis orejas.
Si hubiera sido ave a contra viento mis orejas me hubieran levantado. No hubiera tenido las pesadillas de caer por abismos o regresar a mi niñez por los cielos. Dos pedazos al lado de la cara. Dos ojos al lado de la cara para el eco. Fantomas se desencadena.
Me desenrollo la piel inferior del ojo derecho. Una tajada de guayaba. Bordes sin pestañas. El asustadito movimiento ocular de los camajanes. Por qué coño se mueve este ojo como la cola recién cortada del camaján. Dónde podría comprarme una guayaba ahora mismo.
No es una nariz. Algo de globo. Hecha de fango. Es un hocico de lechón asado. Se me hace la boca agua.
Detrás de la espuma y la cuchilla aparece la boca prestada de mi padre. La tendré que devolver uno de estos días después que me afeite para el polvo del olvido.
La espuma. La cuchilla. El espejo. Piel como cráteres lunares. Tristísima. Qué triste la piel. Alguna vez fue mi piel fina como la piel de mis orejas.
Si hubiera sido ave a contra viento mis orejas me hubieran levantado. No hubiera tenido las pesadillas de caer por abismos o regresar a mi niñez por los cielos. Dos pedazos al lado de la cara. Dos ojos al lado de la cara para el eco. Fantomas se desencadena.
Me desenrollo la piel inferior del ojo derecho. Una tajada de guayaba. Bordes sin pestañas. El asustadito movimiento ocular de los camajanes. Por qué coño se mueve este ojo como la cola recién cortada del camaján. Dónde podría comprarme una guayaba ahora mismo.
No es una nariz. Algo de globo. Hecha de fango. Es un hocico de lechón asado. Se me hace la boca agua.
Detrás de la espuma y la cuchilla aparece la boca prestada de mi padre. La tendré que devolver uno de estos días después que me afeite para el polvo del olvido.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Síndrome de Diógenes
26 de noviembre 2010
Lo que me separa de esta noche es un trozo oscuro en la ventana, la franja de vidrio sucio que refleja el espacio de este cuarto. Si me quedara mirando, como si fuera una pantalla, tal vez lograría ver un helicóptero de las noticias, un avión que partió del aeropuerto de Teterboro. En ciertos meses quizás estaría la luna ahí. Estrellas, jamás.
De este lado, el espacio está triturado. Mis cosas están rotas en sí. Se han ido desmenuzando con mi olvido. Se han quedado en esa parálisis de las cosas inservibles. El raudal de objetos, papeles, libros, revistas y periódicos han ido añadiendo un claustro a las paredes, y a los sitios un signo que ha partido de mí. Busco una palabra para describir este arraigo con todo esto que me rodea. El dolor se ha convertido en peso. El polvero. Los colores ocres y entabacados que atacan a los papeles. La memoria enterrada. Las noticias suspendidas en ellas mismas con su hedor. Poemas que nunca leeré. Libros que a propósito ignoré. Los frascos de amlodipine besylate en una fila de soldaditos que han jugado con mis calcios.
Cables y vericuetos. Los calibres de 10 de mis relojes pulsan a la vez en la mesa de la cocina. Algo se ha revirado contra mí en este espacio y se ha hecho permanencia. Láminas. Conjuntos. Despliegues. Un tipo invisible aquí parece guardar los restos de sus polvos psioráticos. Un ladrón, quizás, se quedó a vivir aquí dentro. Y nunca se ha preocupado por reparar la vieja gotera de la bañadera.
También está lo otro. Lo otro multiplicándose. La decrepitud con que se enfrenta uno a su propia acidez. Quizá lo que exijo ha dejado de ser espacio.
Lo que me separa de esta noche es un trozo oscuro en la ventana, la franja de vidrio sucio que refleja el espacio de este cuarto. Si me quedara mirando, como si fuera una pantalla, tal vez lograría ver un helicóptero de las noticias, un avión que partió del aeropuerto de Teterboro. En ciertos meses quizás estaría la luna ahí. Estrellas, jamás.
De este lado, el espacio está triturado. Mis cosas están rotas en sí. Se han ido desmenuzando con mi olvido. Se han quedado en esa parálisis de las cosas inservibles. El raudal de objetos, papeles, libros, revistas y periódicos han ido añadiendo un claustro a las paredes, y a los sitios un signo que ha partido de mí. Busco una palabra para describir este arraigo con todo esto que me rodea. El dolor se ha convertido en peso. El polvero. Los colores ocres y entabacados que atacan a los papeles. La memoria enterrada. Las noticias suspendidas en ellas mismas con su hedor. Poemas que nunca leeré. Libros que a propósito ignoré. Los frascos de amlodipine besylate en una fila de soldaditos que han jugado con mis calcios.
Cables y vericuetos. Los calibres de 10 de mis relojes pulsan a la vez en la mesa de la cocina. Algo se ha revirado contra mí en este espacio y se ha hecho permanencia. Láminas. Conjuntos. Despliegues. Un tipo invisible aquí parece guardar los restos de sus polvos psioráticos. Un ladrón, quizás, se quedó a vivir aquí dentro. Y nunca se ha preocupado por reparar la vieja gotera de la bañadera.
También está lo otro. Lo otro multiplicándose. La decrepitud con que se enfrenta uno a su propia acidez. Quizá lo que exijo ha dejado de ser espacio.
Pasajero 9
13
Si la química de la flor es la flor misma
Una vez pensada, qué nos queda para el resto
De este caos a flor de piel.
14
De vuelta a Narciso hiervo un huevo,
La forma del alma, la lejanía de mi falo,
Y mi pierna derecha. Una más larga.
Una más corta. Un tacón más duro.
Otro que forma el eco cuando paso.
15
Sobre el molde mi espalda. Asesto
Por un momento y me alejo en el rumor
De los árboles.
16
Uno vuelve siempre
Al mismo error. Currículum
Vítae. Se ama o hay un desastre.
Se va o se regresa o nada o
Siempre y se abre el abismo.
Si la química de la flor es la flor misma
Una vez pensada, qué nos queda para el resto
De este caos a flor de piel.
14
De vuelta a Narciso hiervo un huevo,
La forma del alma, la lejanía de mi falo,
Y mi pierna derecha. Una más larga.
Una más corta. Un tacón más duro.
Otro que forma el eco cuando paso.
15
Sobre el molde mi espalda. Asesto
Por un momento y me alejo en el rumor
De los árboles.
16
Uno vuelve siempre
Al mismo error. Currículum
Vítae. Se ama o hay un desastre.
Se va o se regresa o nada o
Siempre y se abre el abismo.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Haikus Libres 8
*
No es fruta
La sedosa piel
De la roca y el agua.
*
En mi bañadera
Flotas
Como flor de loto.
No es fruta
La sedosa piel
De la roca y el agua.
*
En mi bañadera
Flotas
Como flor de loto.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Marranas 2
#
La discusión de un templo con otro
Al lado de un pino y un roble.
#
Le noto pequeñez de tórax, bellos
Negrísimos, para soñar esta noche.
#
No sería un tanto lo decadente de la enfermedad
Que la cura provoca con la felicidad.
#
Habrá años que uno tendrá que atreverse
A soportar el olvido de los conocidos.
#
Priápico, con el olor de la saburra
Cerca de la oreja, reconstruye un secreto.
#
Se derramó un café en la calle. Se convirtió
En una culebra calle abajo.
#
Apretó el sifón y la mucina invadió
El mantel donde su madre bordó sus iniciales.
#
Le diré a Isabel que no era la primera sino
La gran mejoría que nos dejó el cero.
#
Volvióse loco después que los estorninos
Convenciéronse callar en los parques.
#
La curia diocesana se reúne para eliminar
Toda sal que los petrifique en la faz de la tierra.
#
Del salcedo al robledal hay un instante
Donde dudoso para el que se quiere colgar.
La discusión de un templo con otro
Al lado de un pino y un roble.
#
Le noto pequeñez de tórax, bellos
Negrísimos, para soñar esta noche.
#
No sería un tanto lo decadente de la enfermedad
Que la cura provoca con la felicidad.
#
Habrá años que uno tendrá que atreverse
A soportar el olvido de los conocidos.
#
Priápico, con el olor de la saburra
Cerca de la oreja, reconstruye un secreto.
#
Se derramó un café en la calle. Se convirtió
En una culebra calle abajo.
#
Apretó el sifón y la mucina invadió
El mantel donde su madre bordó sus iniciales.
#
Le diré a Isabel que no era la primera sino
La gran mejoría que nos dejó el cero.
#
Volvióse loco después que los estorninos
Convenciéronse callar en los parques.
#
La curia diocesana se reúne para eliminar
Toda sal que los petrifique en la faz de la tierra.
#
Del salcedo al robledal hay un instante
Donde dudoso para el que se quiere colgar.
Matutino y el crascitar del plástico
24 de noviembre y 2010
La rara belleza de la mañana ventosa, la luna reventada, los prados de Rutherford, el olor a putrefacción de los pantanos, penetran en el autobús. Y también se ha montado una señora que se ha percatado, demasiado tarde, que está sentada en el autobús equivocado. “Este es el 161”. Se quiere asegurar. Es el 167. Alguien por fin le aclara. La mujer con dos bolsas plásticas se levanta y quiere bajarse en el Turnpike de Nueva Jersey. El autobús sigue hacia el norte. Suena el motor. La señora habla desesperada. Pide que alguien se apiade y le diga cómo llegar a Moonachie. Exasperada, una mujer le dice que se baje en la próxima parada, cruce la calle y tome el mismo autobús hacia el punto de partida. La señora sigue haciendo preguntas. Pasamos por las torres de radio donde guiñan las luces intermitentes y rojas. Un hombre manda a callar a la señora perdida. Después de pasar por el edificio de PSE&G los primeros rayos del sol se cuelan por encima de los árboles y las casas que se elevan más allá del pantano y del inmenso bulto gris que es el almacén de Wal-Mart. El autobús hace su primera salida hacia un polígono industrial. Pasamos por el lado de un riachuelo. Allí hace 18 años que hay un carro de compras plástico casi sepultado en el lodazal. Es azul. El color ha aguantado la prueba del tiempo. Plástico de primera. En la primera parada, la señora se baja en silencio. Las bolsas crascitan como manteca caliente. Cuando el autobús parte, regresa el silencio habitual y un tremendo alivio entre los pasajeros.
La rara belleza de la mañana ventosa, la luna reventada, los prados de Rutherford, el olor a putrefacción de los pantanos, penetran en el autobús. Y también se ha montado una señora que se ha percatado, demasiado tarde, que está sentada en el autobús equivocado. “Este es el 161”. Se quiere asegurar. Es el 167. Alguien por fin le aclara. La mujer con dos bolsas plásticas se levanta y quiere bajarse en el Turnpike de Nueva Jersey. El autobús sigue hacia el norte. Suena el motor. La señora habla desesperada. Pide que alguien se apiade y le diga cómo llegar a Moonachie. Exasperada, una mujer le dice que se baje en la próxima parada, cruce la calle y tome el mismo autobús hacia el punto de partida. La señora sigue haciendo preguntas. Pasamos por las torres de radio donde guiñan las luces intermitentes y rojas. Un hombre manda a callar a la señora perdida. Después de pasar por el edificio de PSE&G los primeros rayos del sol se cuelan por encima de los árboles y las casas que se elevan más allá del pantano y del inmenso bulto gris que es el almacén de Wal-Mart. El autobús hace su primera salida hacia un polígono industrial. Pasamos por el lado de un riachuelo. Allí hace 18 años que hay un carro de compras plástico casi sepultado en el lodazal. Es azul. El color ha aguantado la prueba del tiempo. Plástico de primera. En la primera parada, la señora se baja en silencio. Las bolsas crascitan como manteca caliente. Cuando el autobús parte, regresa el silencio habitual y un tremendo alivio entre los pasajeros.
martes, 23 de noviembre de 2010
Song y esa camisa al revés
23 de noviembre y 2010
Esa camisa al revés que es noviembre. Un pedazo de tarde caliente que se digiere sin calistenia, salvo el bochorno, medio paladar en ascuas, y el belfo en busca de dos cervezas. Todavía están pegadas a las ramas las hojas que resistieron. Ya perdieron el amarillo. No sé qué antigua relación las ata a persistir. Tiene que haber un mal entendido en todo esto. Allí se han ido tostando, las muy cabeciduras.
Ebrio. Afuera los autos pasan detrás de las cervezas que fueron más de dos. Los camiones pasan espumosos en el asfalto. Allá, detrás de la ventana, pasa una mujer apuradísima. Una judía. De qué me sirve que los vea pasar.
Oigo que el norte le tira al sur. Los puntos cardinales se pelean. Son las Coreas que se jalonean las greñas.
Y veo a Song haciéndome señas en El Camino de Santiago. Cruza en forma de equis los brazos en el aire para decirme no. Y cuando quiere se le cierran los ojos, intenta reírse. Me habla tan bajo en el oído que me quedo casi dormido en sus brazos. El este jalonea al oeste.
En Barcelona vuelvo a cerrar los ojos. La pellejería joven. Las tiras de colores sobre el arenal ante el Mediterráneo. Esta vez, Song me vuelve a susurrar cuánto le gustan las aceitunas, la cerveza fría.
En el Palau de Música, Song me vuelve a repetir que le gustan las cosas frías. Me pone la mano en la rodilla. Los dos músicos se han levantado y saludan al público. No puedo aplaudir. Un bandoneón, una guitarra.
Pero eso fue en agosto. En noviembre las palabras me han ido sitiando. Las imágenes se han complicado con el resto de aquellas que intentan salvarse entre junio, julio y agosto. Y es un asunto que voy a consultar con más profundidad cuando respire el tempranillo crianza que estoy por abrir.
Esa camisa al revés que es noviembre. Un pedazo de tarde caliente que se digiere sin calistenia, salvo el bochorno, medio paladar en ascuas, y el belfo en busca de dos cervezas. Todavía están pegadas a las ramas las hojas que resistieron. Ya perdieron el amarillo. No sé qué antigua relación las ata a persistir. Tiene que haber un mal entendido en todo esto. Allí se han ido tostando, las muy cabeciduras.
Ebrio. Afuera los autos pasan detrás de las cervezas que fueron más de dos. Los camiones pasan espumosos en el asfalto. Allá, detrás de la ventana, pasa una mujer apuradísima. Una judía. De qué me sirve que los vea pasar.
Oigo que el norte le tira al sur. Los puntos cardinales se pelean. Son las Coreas que se jalonean las greñas.
Y veo a Song haciéndome señas en El Camino de Santiago. Cruza en forma de equis los brazos en el aire para decirme no. Y cuando quiere se le cierran los ojos, intenta reírse. Me habla tan bajo en el oído que me quedo casi dormido en sus brazos. El este jalonea al oeste.
En Barcelona vuelvo a cerrar los ojos. La pellejería joven. Las tiras de colores sobre el arenal ante el Mediterráneo. Esta vez, Song me vuelve a susurrar cuánto le gustan las aceitunas, la cerveza fría.
En el Palau de Música, Song me vuelve a repetir que le gustan las cosas frías. Me pone la mano en la rodilla. Los dos músicos se han levantado y saludan al público. No puedo aplaudir. Un bandoneón, una guitarra.
Pero eso fue en agosto. En noviembre las palabras me han ido sitiando. Las imágenes se han complicado con el resto de aquellas que intentan salvarse entre junio, julio y agosto. Y es un asunto que voy a consultar con más profundidad cuando respire el tempranillo crianza que estoy por abrir.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Turismundo (451-453)
El también había visto los álamos moverse.
Excepto que del álamo que cuelga
Puede distinguirse (una fruta crecida) hipercolgante,
Un desperdicio que pudo haber caído de algún
Ángel desairado, y allá abajo, cerca de las raíces,
A su hermano que mira sus heces caer.
Su hermano tan parecido a su padre. En el justo
Momento que lo estrangulaba, le pareció ver
A su padre, suspendido, a una cuarta de un charco
De sangre, que lo alzaba recién nacido.
Le llega el olor de los senos de su madre.
La dulzura de su voz. Lo apresura. Lo salva
Del intenso frío. Lo invade. Y en dos manos
Líquidas se siente ir remotamente hasta la batalla
Donde lo coronarían. Mas, allí no se oye nada.
Sobre la tarde, el flanco azul parece fisgar
Una y otra nube. Formas con formas de grandes
Manos. Una mal formada historia en volutas
Vaporosas que se buscan en el olvido de Turismundo.
Excepto que del álamo que cuelga
Puede distinguirse (una fruta crecida) hipercolgante,
Un desperdicio que pudo haber caído de algún
Ángel desairado, y allá abajo, cerca de las raíces,
A su hermano que mira sus heces caer.
Su hermano tan parecido a su padre. En el justo
Momento que lo estrangulaba, le pareció ver
A su padre, suspendido, a una cuarta de un charco
De sangre, que lo alzaba recién nacido.
Le llega el olor de los senos de su madre.
La dulzura de su voz. Lo apresura. Lo salva
Del intenso frío. Lo invade. Y en dos manos
Líquidas se siente ir remotamente hasta la batalla
Donde lo coronarían. Mas, allí no se oye nada.
Sobre la tarde, el flanco azul parece fisgar
Una y otra nube. Formas con formas de grandes
Manos. Una mal formada historia en volutas
Vaporosas que se buscan en el olvido de Turismundo.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Teodorico I (418-451 en Los Campos Cataláunicos, un 20 de junio)
A una cuarta del charco de sangre
Puede ver el Todo simultáneo, sin apuros,
Como si nunca se hubiera caído
De su amado corcel, y allí estuviera,
A una cuarta del charco de sangre, suspendido
Por el grito unánime de la batalla.
A una cuarta el olor acre del sudor de su noble bestia.
El casco trasero pisa un brazo cercenado.
Ambos sin comprender. El corcel relincha.
Porque a la suerte ha soltado las riendas
Su jinete rectificando el mal paso.
(Se puede ver el brazo con el puño
Aferrado a una hoz.)
Y luego, aquella
Pose que hace bufón a un guerrero.
Los botines en el fondo azul.
De cabeza al suelo parece quedarse allí
Desconcertado tal ligereza que espera acariciar,
Al lado del charco de sangre, la yerba húmeda.
(Anoche habían hecho hogueras. El silencio
Le trepó a cada hombre como asunto
Privado. En la mañana se les podía ver
En filas por los álamos estirados hacia el sur.)
Y todavía está por caer. Qué inoportuno.
Había estado a punto de asestar sobre una testa
Ostrogoda su merecido. Allí a una cuarta
Del charco de sangre un pozo, un fondo
De masas melifluas, mezclas del olor
De intestinos expuestos. Qué reguero.
El depósito de una sola palabra se expande
Para explicarse por encima de toda la algarabía.
Es su espuela que gira sin prisa
O es la voz de uno de sus guerreros
Que dice “ya, ya, ya,” sin que nadie se entere.
Allí a una cuarta del charco de sangre
Está tan cerca del oído del Todo. Qué nítido
El rumor, galopes en dirección contraria,
Cada grito en la pasión de la batalla, cada cosa
Con su peculiar ruido rozando el mundo
Como si fuera nombre primero, un pregón
Menciona ya el nombre de otro rey
Sobre Los Campos Cataláunicos, cuando todavía él,
A una cuarta del charco de sangre, le podría
Haber dicho a todos que todavía no.
Puede ver el Todo simultáneo, sin apuros,
Como si nunca se hubiera caído
De su amado corcel, y allí estuviera,
A una cuarta del charco de sangre, suspendido
Por el grito unánime de la batalla.
A una cuarta el olor acre del sudor de su noble bestia.
El casco trasero pisa un brazo cercenado.
Ambos sin comprender. El corcel relincha.
Porque a la suerte ha soltado las riendas
Su jinete rectificando el mal paso.
(Se puede ver el brazo con el puño
Aferrado a una hoz.)
Y luego, aquella
Pose que hace bufón a un guerrero.
Los botines en el fondo azul.
De cabeza al suelo parece quedarse allí
Desconcertado tal ligereza que espera acariciar,
Al lado del charco de sangre, la yerba húmeda.
(Anoche habían hecho hogueras. El silencio
Le trepó a cada hombre como asunto
Privado. En la mañana se les podía ver
En filas por los álamos estirados hacia el sur.)
Y todavía está por caer. Qué inoportuno.
Había estado a punto de asestar sobre una testa
Ostrogoda su merecido. Allí a una cuarta
Del charco de sangre un pozo, un fondo
De masas melifluas, mezclas del olor
De intestinos expuestos. Qué reguero.
El depósito de una sola palabra se expande
Para explicarse por encima de toda la algarabía.
Es su espuela que gira sin prisa
O es la voz de uno de sus guerreros
Que dice “ya, ya, ya,” sin que nadie se entere.
Allí a una cuarta del charco de sangre
Está tan cerca del oído del Todo. Qué nítido
El rumor, galopes en dirección contraria,
Cada grito en la pasión de la batalla, cada cosa
Con su peculiar ruido rozando el mundo
Como si fuera nombre primero, un pregón
Menciona ya el nombre de otro rey
Sobre Los Campos Cataláunicos, cuando todavía él,
A una cuarta del charco de sangre, le podría
Haber dicho a todos que todavía no.
viernes, 19 de noviembre de 2010
Marranas 1
#
Aprecia el dolor según su cintura.
Dónde engorda el árbol de la vida.
#
El desquicio del rabo en la vaca es
Un rayo de reflexión atrofiada.
#
Se alinea lo tosco contra el cutis
De una irlandesa barrigona y ebria.
#
Santa Aura depositó su cruz una
Mañana que tiré tripas al techo.
#
A los sorbos deberían darles espuelas
De caballos temidos por la luz.
#
Alguien dobló una esquina antes que
Yo pudiese saber quién era.
#
Yo escupo y el regreso de los pozos
Oscurecen el eco de las aguas.
#
Uno cree según la rosa decide
A quien ofrecerle una espina.
#
Rasga y rasga por entrar
La domesticación entre huraños.
#
Extraño momento cuando se aplica
Al momento del paladar un saxófono.
#
Pensar en el país para volar
Con la paloma a la que diste alpiste.
Aprecia el dolor según su cintura.
Dónde engorda el árbol de la vida.
#
El desquicio del rabo en la vaca es
Un rayo de reflexión atrofiada.
#
Se alinea lo tosco contra el cutis
De una irlandesa barrigona y ebria.
#
Santa Aura depositó su cruz una
Mañana que tiré tripas al techo.
#
A los sorbos deberían darles espuelas
De caballos temidos por la luz.
#
Alguien dobló una esquina antes que
Yo pudiese saber quién era.
#
Yo escupo y el regreso de los pozos
Oscurecen el eco de las aguas.
#
Uno cree según la rosa decide
A quien ofrecerle una espina.
#
Rasga y rasga por entrar
La domesticación entre huraños.
#
Extraño momento cuando se aplica
Al momento del paladar un saxófono.
#
Pensar en el país para volar
Con la paloma a la que diste alpiste.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
PASAJERO 8
11
De todos estos caminos en que he ido haciendo cuerpo
Ningún cuerpo. Una ceguera de nieblas por
Donde extender los dedos. Donde poner los pasos.
Se vacía la tierra al paso de mi cuerpo.
Aquí me siento. Manos y pies en su sitio.
El camino se eleva leve y tuerce hasta
Perderse por una pared de espartos.
12
Los ovejeros me han olido la distancia,
La carga rara, un carey como corazón a todo galope,
La tierra que me confunde con la tierra
Fragosa de las yerbas más amargas
O esta sombra de la última encina que persigue
Mis hedores y que me desperezara.
Así paso y ellos callan. Me guardan lo que callo.
Me ven cuidar con cuidado mi marcha por el trillo.
Nada. Paso. Rehúyo. Regurgito.
De todos estos caminos en que he ido haciendo cuerpo
Ningún cuerpo. Una ceguera de nieblas por
Donde extender los dedos. Donde poner los pasos.
Se vacía la tierra al paso de mi cuerpo.
Aquí me siento. Manos y pies en su sitio.
El camino se eleva leve y tuerce hasta
Perderse por una pared de espartos.
12
Los ovejeros me han olido la distancia,
La carga rara, un carey como corazón a todo galope,
La tierra que me confunde con la tierra
Fragosa de las yerbas más amargas
O esta sombra de la última encina que persigue
Mis hedores y que me desperezara.
Así paso y ellos callan. Me guardan lo que callo.
Me ven cuidar con cuidado mi marcha por el trillo.
Nada. Paso. Rehúyo. Regurgito.
martes, 16 de noviembre de 2010
HAIKUS LIBRES 7
*
Tu cuerpo:
Amorfo accidente
Del agua entre mis dedos.
*
El agua:
Amorfo accidente
De tu cuerpo entre mis dedos.
Tu cuerpo:
Amorfo accidente
Del agua entre mis dedos.
*
El agua:
Amorfo accidente
De tu cuerpo entre mis dedos.
sábado, 13 de noviembre de 2010
PASAJERO 7
10
De lenta efectividad mi rostro dos semanas de barba.
Tres días sin ducha. El baño iluminado con mi piel amarilla.
La trama de las horas con su soga en mi pelo.
Deambulo por la casa perdido con diez planes
Que nunca terminan o que cuajan en posición
Fetal en esta cama de la misma sábana ya entrado
Este otoño que me incita a dormir doce horas al día.
De lenta efectividad mi rostro dos semanas de barba.
Tres días sin ducha. El baño iluminado con mi piel amarilla.
La trama de las horas con su soga en mi pelo.
Deambulo por la casa perdido con diez planes
Que nunca terminan o que cuajan en posición
Fetal en esta cama de la misma sábana ya entrado
Este otoño que me incita a dormir doce horas al día.
domingo, 7 de noviembre de 2010
sábado, 6 de noviembre de 2010
Walia (415-418)
Lo primero que se divisa en la triturada costa
Africana es la contracción de un gusano blanco,
Fúgido, contra las rocas, la circulación de las moscas,
Y azores que firman con la pulpa celeste otros
Círculos de la muerte. Moscas. Azores.
Queda con el regio aquel espejismo.
Mira delante. Zumbido. Mira atrás. No sabe como
Llegó hasta aquí esta mosca atrevida. Y sobre su
Cabeza: inútil espante. Una ha llamado a todas.
No escapan a las hojas acres que le han puesto
En el yelmo, y que expiden peor hedor que las
Batallas que dejó por olvido, ni respetan
Las fumaradas de innumerables arbustos que arden
Día y noche los súbditos. Porque aún cuando duerme
Allí están. Imposible decir cuál es noche o cuál es mosca.
O el preciso tamaño de la corona que ambas forman.
En Galia, lo primero que se divisa, si uno hubiera visto
Al regio en retirada, hubiera sido aquel halo
De bullidoras moscas, persistentes y ágiles.
Africana es la contracción de un gusano blanco,
Fúgido, contra las rocas, la circulación de las moscas,
Y azores que firman con la pulpa celeste otros
Círculos de la muerte. Moscas. Azores.
Queda con el regio aquel espejismo.
Mira delante. Zumbido. Mira atrás. No sabe como
Llegó hasta aquí esta mosca atrevida. Y sobre su
Cabeza: inútil espante. Una ha llamado a todas.
No escapan a las hojas acres que le han puesto
En el yelmo, y que expiden peor hedor que las
Batallas que dejó por olvido, ni respetan
Las fumaradas de innumerables arbustos que arden
Día y noche los súbditos. Porque aún cuando duerme
Allí están. Imposible decir cuál es noche o cuál es mosca.
O el preciso tamaño de la corona que ambas forman.
En Galia, lo primero que se divisa, si uno hubiera visto
Al regio en retirada, hubiera sido aquel halo
De bullidoras moscas, persistentes y ágiles.
viernes, 5 de noviembre de 2010
HAIKUS LIBRES 5
*
El río que hizo la lluvia ayer
Quedó seco en tu mirada.
*
Lágrima. Y otra
Y otra. Pero
No llueve.
El río que hizo la lluvia ayer
Quedó seco en tu mirada.
*
Lágrima. Y otra
Y otra. Pero
No llueve.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Sigérico (7 días y 415)
Hubo piel de pato, suasorias salsas que elevaban
Al jabalí sobre toda la corte en el segundo día de su gloria.
Y ocas tan tiernas que podían desprenderse
Como lágrimas bajo el sorbo permanente
Que iba tallando el priorato.
Y detrás, luces tenues, la corte en bultos unidos
A la humedad de las palabras, y esa muralla entre todos
También de duro sorbo; y para él, la doble ceguera tras
Cada copa, tomando cuerpo al fin la venganza, la
Agonía del tiempo de su corona.
Al cuarto día: misión cumplida. Entre las sábanas
Otra vez al oído otras sombras ya eran ciertas. Los seis
Hijos de Ataúlfo habían pasado por el hierro de su furia.
Al quinto día admitía total soberanía. Esa noche,
El crascitar de las grasas le invadió de nostalgia. Y consigo
La nostalgia lo llevó a la conversación del arte cetrero.
Que fuera cierto o no, no fue Sigérico quien tuvo que
Soñarlo, porque fue en la noche del séptimo día,
Después de una ligera digestión de perdices con romero,
Que en un súbito dolor, vio bajar en el brillo de dos truenos,
Dos garras que lo separaron de su corazón.
Al jabalí sobre toda la corte en el segundo día de su gloria.
Y ocas tan tiernas que podían desprenderse
Como lágrimas bajo el sorbo permanente
Que iba tallando el priorato.
Y detrás, luces tenues, la corte en bultos unidos
A la humedad de las palabras, y esa muralla entre todos
También de duro sorbo; y para él, la doble ceguera tras
Cada copa, tomando cuerpo al fin la venganza, la
Agonía del tiempo de su corona.
Al cuarto día: misión cumplida. Entre las sábanas
Otra vez al oído otras sombras ya eran ciertas. Los seis
Hijos de Ataúlfo habían pasado por el hierro de su furia.
Al quinto día admitía total soberanía. Esa noche,
El crascitar de las grasas le invadió de nostalgia. Y consigo
La nostalgia lo llevó a la conversación del arte cetrero.
Que fuera cierto o no, no fue Sigérico quien tuvo que
Soñarlo, porque fue en la noche del séptimo día,
Después de una ligera digestión de perdices con romero,
Que en un súbito dolor, vio bajar en el brillo de dos truenos,
Dos garras que lo separaron de su corazón.
martes, 2 de noviembre de 2010
PASAJERO 6
9
La rapaz que de la carne tira
Su fusta hambrienta, acomoda
La caverna de las tripas.
Mira con su lupa.
Parece en el plumaje
Que vuelve en el sol
La vida
Como la muerte.
La rapaz que de la carne tira
Su fusta hambrienta, acomoda
La caverna de las tripas.
Mira con su lupa.
Parece en el plumaje
Que vuelve en el sol
La vida
Como la muerte.
lunes, 1 de noviembre de 2010
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