sábado, 20 de noviembre de 2010

Teodorico I (418-451 en Los Campos Cataláunicos, un 20 de junio)

A una cuarta del charco de sangre
Puede ver el Todo simultáneo, sin apuros,
Como si nunca se hubiera caído
De su amado corcel, y allí estuviera,
A una cuarta del charco de sangre, suspendido
Por el grito unánime de la batalla.

A una cuarta el olor acre del sudor de su noble bestia.
El casco trasero pisa un brazo cercenado.
Ambos sin comprender. El corcel relincha.
Porque a la suerte ha soltado las riendas
Su jinete rectificando el mal paso.

(Se puede ver el brazo con el puño
Aferrado a una hoz.)

Y luego, aquella
Pose que hace bufón a un guerrero.
Los botines en el fondo azul.
De cabeza al suelo parece quedarse allí
Desconcertado tal ligereza que espera acariciar,
Al lado del charco de sangre, la yerba húmeda.

(Anoche habían hecho hogueras. El silencio
Le trepó a cada hombre como asunto
Privado. En la mañana se les podía ver
En filas por los álamos estirados hacia el sur.)

Y todavía está por caer. Qué inoportuno.
Había estado a punto de asestar sobre una testa
Ostrogoda su merecido. Allí a una cuarta
Del charco de sangre un pozo, un fondo
De masas melifluas, mezclas del olor
De intestinos expuestos. Qué reguero.

El depósito de una sola palabra se expande
Para explicarse por encima de toda la algarabía.
Es su espuela que gira sin prisa
O es la voz de uno de sus guerreros
Que dice “ya, ya, ya,” sin que nadie se entere.

Allí a una cuarta del charco de sangre
Está tan cerca del oído del Todo. Qué nítido
El rumor, galopes en dirección contraria,
Cada grito en la pasión de la batalla, cada cosa
Con su peculiar ruido rozando el mundo
Como si fuera nombre primero, un pregón
Menciona ya el nombre de otro rey
Sobre Los Campos Cataláunicos, cuando todavía él,
A una cuarta del charco de sangre, le podría
Haber dicho a todos que todavía no.

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