viernes, 26 de noviembre de 2010

Síndrome de Diógenes

26 de noviembre 2010


Lo que me separa de esta noche es un trozo oscuro en la ventana, la franja de vidrio sucio que refleja el espacio de este cuarto. Si me quedara mirando, como si fuera una pantalla, tal vez lograría ver un helicóptero de las noticias, un avión que partió del aeropuerto de Teterboro. En ciertos meses quizás estaría la luna ahí. Estrellas, jamás.

De este lado, el espacio está triturado. Mis cosas están rotas en sí. Se han ido desmenuzando con mi olvido. Se han quedado en esa parálisis de las cosas inservibles. El raudal de objetos, papeles, libros, revistas y periódicos han ido añadiendo un claustro a las paredes, y a los sitios un signo que ha partido de mí. Busco una palabra para describir este arraigo con todo esto que me rodea. El dolor se ha convertido en peso. El polvero. Los colores ocres y entabacados que atacan a los papeles. La memoria enterrada. Las noticias suspendidas en ellas mismas con su hedor. Poemas que nunca leeré. Libros que a propósito ignoré. Los frascos de amlodipine besylate en una fila de soldaditos que han jugado con mis calcios.

Cables y vericuetos. Los calibres de 10 de mis relojes pulsan a la vez en la mesa de la cocina. Algo se ha revirado contra mí en este espacio y se ha hecho permanencia. Láminas. Conjuntos. Despliegues. Un tipo invisible aquí parece guardar los restos de sus polvos psioráticos. Un ladrón, quizás, se quedó a vivir aquí dentro. Y nunca se ha preocupado por reparar la vieja gotera de la bañadera.

También está lo otro. Lo otro multiplicándose. La decrepitud con que se enfrenta uno a su propia acidez. Quizá lo que exijo ha dejado de ser espacio.

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