jueves, 28 de abril de 2011

Viaje a Laakbaar (tercer día y en el restaurante de La Casa de La Moneda de Laakbaar)

28 de abril del 2011


El salón. Puede ser que de repente el toque del gusto regrese. El eco. Quizás la luz (exagerada) se interiorice y se enalben las paredes hasta sus cimientes. Hasta los indicios. Un reloj de pie marca la una y diez, el gesto de la porcelana sajona hace un guiño bajo una enorme araña, el conteo de unos baluartes (blancos) dividen el salón, y encima, un ángel de arco partido, una romana de glúteos dorados. Los detalles. Un sitio agradable para alimentarse. Desde esta altura, un segundo piso, uno puede borrar lo que uno desee de esta ciudad. Para eso: el orden exacto de las mesas y los cubiertos. La brisa enamorada. El abarrotamiento dulce de cosas perdidas y encontradas. Una fórmula para la anulación entre manteles de hilo bordado.

Por lo demás, dos balcones, ventanales afrancesados. Por el flanco, aparece una Gioconda (Leonardo). Sonríe con dos perdices colgadas por las patas y a cada lado. Otra Gioconda (oriunda de Laakbaar)  cuelga de otra pared. Detrás de ella: el perenne castillo donde ondula la bandera en extremis. El vientecillo fresco entra por los ventanales, se enreda con el cuadro. Ella, consternada, mira fija otra escena desde su dominio. Desde aquí es imposible leer el nombre del pintor. 

Los mozos aparecen en escuadra con gallardos botones dorados en las chaquetas. Galones argentes. Y ademanes antes no vistos en Laakbaar.  Exige nuestra lectura una carta (plastificada) surtida de unos embrollos culinarios que voy simplificando entre mar, tierra y aire. Camarones, carne de res, cerveza. Domina el silencio por encima de las sugerencias. El tintineo de los utensilios desde la cocina. ¿Cómo es posible que no se escuchen los ruidos del tránsito? 

La segunda Gioconda observa una batalla naval. Los barcos parecen galeones españoles con banderas inglesas. ¿Piratas que quisieron apoderarse de aquel Laakbaar? La pregunta ha llegado unos segundos antes de la carne. Cocida al punto. Jugosa.

Después entiendo varias cosas de este sitio. Debajo de la Gioconda (Leonardo) cuelga una vieja espada. Y justo debajo, tres anacrónicos cuadros con monedas que podrían ser de cualquier parte del mundo. Y una foto cuando el sitio era un almacén de víveres. Dos hombres flacos están parados en la entrada. Los dos tienen las manos aguantándose las cinturas. Circa 1940. 

Aunque la conversación se diluya en cuánto costaría un establecimiento como éste en Nueva York, el aire no puede contener las ganas que siento de levantarme e irme. Un olor a pescado frito (cherna) se filtra desde la cocina. Se arrastra por las losetas blancas y negras. Su brutal asemejo a un tablero, donde las patas de la mesa aguantan este preciso momento, me llena de terror. 

En el baño descubro una foto de la Catedral de Laakbaar. Los bordes de la foto están manchados de mierda de cucaracha.

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