jueves, 3 de noviembre de 2011

Corot (1, 2, 3, 4)




3 de noviembre y el 2011

1
Corot. La biblia manoseada y, sobre las rodillas, abierta como un bandoneón. Mi padre acude a sus delicadas hojas a la entrada de un domingo del 69. Se concentra. Busca un tango. Sus ojos son dos órbitas que se buscan en lo quisiera que hubiera. Se inclina y donde no encuentra hojea. Hasta que tropieza, en esa tecla numérica de capítulos y versículos, con el aliciente. El rayo. La revelación. Y su rostro, en una queja de incomprensible ostentosidad, se relaja.  

2
Corot. Una tarde en Nueva York. El bar se inclina. Ya han pasado cientos de taxis amarillos. Y quisiera estar en el bosque. El deseo es una llave que me deja al borde del roce con su frontera de ramas tupidas. Nubes parecidas a una explosión. El bar se agudiza donde el arroyo de estas cosas se desliza por las rocas de negro carbón. Los verdes entrelazados se alejan en un agujero donde un pincel ha planificado la oscuridad. Y la humedad no me abandona. Tampoco la sed. Ni el rumor del manantial de agua viva.

3
Corot. En las afueras de Greenwood Lake. Camino. En el sendero lo único que siento es mi cuerpo. Lo juro. Esto es un instante que quisiera retener. Un paso tras otro. Los troncos y las hojas pasan. Ni un solo pájaro. Nada. Una tranquilidad obscena. Todo lo que deseo se aleja con sinceridad. Me vacío. Y me prohíbo terminantemente mirar atrás.

4
Corot. Mi padre lee la historia de Lot. Explica la desobediencia. La luminosidad de las minas de sal. La soledad de los pantanos salados de Baja California. El fornicar de los pájaros que allí habitan y dejan sus huevos entre zarzos y extrañas rocas blancas. La frontera de un mundo condenado a brillar. Explica por qué huir es importante. Saca una brújula. Y señala dónde está el norte. Y también explica cómo el norte se manifiesta en el liquen que le crece a los troncos en los bosques. Que allí la humedad se convierte en oscuridad. Enfatiza que la oscuridad siempre tiene una desconcertante y única dirección. Lo dice con una hoja del transparente Génesis entre sus dedos. Que uno tiene que aprender a escuchar ese lenguaje. Y no tenerle miedo a la soledad aunque nos tente echarle más sal a la ensalada.

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