domingo, 22 de junio de 2014

Agujero

Manuel Alvarez Bravo. Parábola óptica, 1931

No vi sino pericias detrás de la vidriera. Dos mentiras por una, y compré un café viendo como caía en marzo la nieve. Y cuerpo como otro cuerpo, de hojaldre dulce, me recordó a una alemana, mejores azules que azucenas, un bolero como intercambio por perder un hijo a la locura.

Todo su llanto (marrón y estacionado) un interminable agujero. Eso me pareció. Ojos estacionados. Le hubiera comprado un vestido, pero le compré una gorra a mi hermano, azul y del Chelsea, y pagué 10 por 12 cuando cambié la etiqueta porque a ella- la taiwanesa- también quise mentirle porque la cuestión era un precio a quien se le interpreta pagar.

Y le tomé la mano sinceramente. Mejor mudo, interpreté. Mejor jalarla por las calles en silencio y hacerse el ciego sin dolor. Ella ni yo. Como hace la Parálisis cuando duele. Para no hablar de ese hijo que no volverá. O. Y.  Del reguilete que llama molino de viento y quiere atar a la escalera de fuego.

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