sábado, 6 de diciembre de 2014

El deseoso (La flema)




La flema. Votarlo todo. Las maicenas del 10 y el 13. Las sardinas peruanas de salsa de antaño tomate desaparecido en la tos de una fábrica a las afueras de Chimbote. Las acetonas irlandesas al lado de los algodones encogidos y amarillos del botiquín. Y si busco más, aparecen gelatinas de cerezas debajo de ocho bolsas de fainá, fideos de Taiwán y el retozo del plástico, casi hablando esa lengua de la facilidad, el humo de aguas sin navegar entre dos latas, una de espárragos y otra de remolacha, cuando alguna vez me dio el signo vegetal por estirar no sé cuál intestino para su bien y el mío. Erase cuando aquellas cosas tenían su vigencia y yo les creía. Me acercaba como los demás a sus inercias e invitaciones. Me deleitaba no saber. Intentar poco. Resolver nada. Y, a pesar que siempre supe lo poco que durarían, fui atesorando algunos de esos brillos, los fui metiendo en escaparates, días que se cambian, sin querer, por otras cosas. Y por ahí. Los vacuos fondos de las latas. La tos encimada con el devenir y la sustitución en ese acuoso pulmón. Ya. Ese ruido aparece, sin consuelo, entre calendarios inútiles. Y lo que temo, imposible de doblegar cuando desecho, es lo que deseo, por más ausencia que admita entre los objetos y sus fechas redondas de quizás. Y también -y por qué no- uno tiene derecho a olvidarse de esas mierdas.

No hay comentarios: