lunes, 21 de enero de 2013

En la talabartería


Cartera de Prada


En la talabartería le decía Siempre me ha gustado templar afuera. Y ver las bestias correr por el descaro bestial de sus espacios. Ir debajo de un árbol a oler una semilla extraña que jamás te comerás o excretar desde las alturas sin blanco alguno. Allí la piel transparenta y liquida, los muslos delicados de las yeguas y el tremor después de las orinas se intercambian, la mierda verde por doquier con su linaje de espesor curativo amontona su ciencia, y el trote de impalas asexuados y nerviosos o el arranque de una chita contraída por el hambre, su olor a muerte, agazapando en el deseo de sus insistentes moléculas, espera. Algo así le decía acariciándole el culo, bajándole por su dorso la cima y el fondo, un costillar a fuego lento bajo la tarde de la sabana, le decía, que la carne se mueve incondicional, que su pulpa reside fractal en el encanto mientras se expanden las estrellas, que seré un extraño en sus olores flotando sobre la quietud del formol. Tan utilitario el exterior, le decía, se transforma en mis caricias, en el irresistible olor erotizante de una talabartería o en la seductora y glauca aparición de una cartera de Prada.

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