miércoles, 12 de noviembre de 2014

Esmalte


Lesende, Gerhard Richter (1994)

Cuál metálica voz de ano sucio me invade hoy. Otra vez. Su cuerpo efesio y sus ramas llenas de versículos. Hasta aquí, no, hasta cuándo este mismo esmalte en su colmillo, este mismo estado en las palabras que se funden y no regresan sino en un vaguísimo estado del permeado, lapsos encima de otro, sin más que, otra vez, el rostro que me hunde cada mañana. Y es al rato cuando me huelo las manos y este estiércol hasta al agua corre en su iluminación. No es hasta entonces que corre por su camino, por la costra misma de este perendengue (intestino) que se mima con los vinos y mantiene su opinión mientras las moras dejan de crecer en el misterio sus noches. Creo, y a ello me encimo, que a penas rasgue esta ventolera y papeles, volverá (voz) la misma insistencia de lo que no perdona, la mano de Ka cada vez más cerca del rostro de consciente muerte cuando le escucho dentro de mí alejarse por un pasillo de una biblioteca.

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