martes, 18 de noviembre de 2014

Shunga

Kitagawa Utamaro

Móviles y hábiles, laminaria japónica, operantes son las carnes (lazos). Dentro, kakitama-jiru, huevo pisado, y yema incluída la lengua. Calma, digo al deterioro, el alga (esa mar), cuadrados de elogios, al lado desenvainado o aquellos colmillos que evadieron los nervios, la encía y el terrible hueso blanco al separarse la carne. ¿Me sirve de proel y garrocha como desnudez de un pie deforme ante mis tristes manos. Se afirma con cinco dedos en este incompleto bocado el vocablo? A fe de qué. Me arrimo al vaivén de esta mayoritaria algarabía donde pende el corazón de tanto, aromas con sus inútiles bucles al fardo de los glúteos como una mujer inclinada secándole el pene a un niño. Descienden al menos, aji-no-moto, los pliegues umami al frenesí del wok, mientras espero el arroz.  

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