domingo, 2 de noviembre de 2014

Viaje a Montevideo (Adiós. Goyeneche.)

Roberto "Polaco" Goyeneche


A Emil de Sousa

Entra la milonga. Razón para recordar. A penas grieta. Las negras hendidas sobre las blancas. Las blancas en una lluvia de canas tiesas y alambradas. Y en causa ajena, los pies plantados van lijando hacia la puerta del boliche, como hacen en los bailongos, un gesto de juguete.

Adiós. Goyeneche. La acróbata colgada. La soga de este techo de mampostería, su liquidez. Lo confunde con su voz, igual que Ezra Pound volvía hacia el giro infernal de un Dante pendenciero. No se halla lo celular de la voz como en aquellos puertos donde los héroes se encallaban a esperar y cantar? 

Los intermedios del dolor si por fin el amor garantiza. Volverá la garúa? O. Y.  Rescatará la humedad esa maldita copla (pesada) dentro del piano donde la plaza se chupa a pedazos lo que escapa en las caricias de los amantes sentados?

Rasga. La memoria encima de pálpitos de platos y cucharas. Mesas arrastradas y sillas impares. Allí, esperanza hacia adelante una presencia. Pone el dedo dentro de un vacuo agujero que hace con las migas mientras el camarero lo sumerge en el olvido cuando, él, está por recordar aquella falda de domingo y sin rostro.

Aquello que Paris metió en su cabeza. Y le abrió la plaza al lado del boliche, única torre a la altura de la pared. Donde una mosca pasea hacia arriba, rumbo al techo. Y ahora, boca abajo, se equilibra sin necesidad de volar.

Facha. Es la única en perder. Esta tarde de algarrobas y pinochos. Y cuartos a mitad del fuelle que ladea por la cabecera de la cama. Regresa, engrasada la melena, la chaqueta de paquete, bien lustrados los zapatos,

y con ella a su lado, preguntándole quién es.

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