jueves, 28 de mayo de 2015

Viaje a Los Adirondacks (Primer día)

Los Adirondacks

I
Me despido de Isabel. Sé que me espera el verde, las ondulaciones azules, grises, el entorno perfumado entre descomposiciones y la humedad. Será un pequeño reencuentro, me doy ánimo. Después que beso a Isabel. Espero en las montañas un trozo partido de cielo a mi favor- el poder deslizarme (hoy) a lo desconocido.

II
En el autobús 167. A un hombre, sentado a mi izquierda, se le cae el café de las manos. El café, un arroyo de inercias, corre hacia el conductor. Se escurre entre los pies de los usuarios. Y ninguno se entera que sus suelas quedarán agridulces.

III
Cuando llego al trabajo. Una estera de nombres y comentarios, grados, colores verdes para orales, violeta por participación, y el rojo negativo- que tanto me gusta en los gladiolos cuando en agosto se sofoca el mediodía.

IV

Pienso. Tal vez no sea apropiado rendirle homenaje a la era de esta ansiedad de W. H. Auden,  todavía en los hornos, sin haber hinchado un poco más las velas de la curiosidad. Estos tres días serán ocio y descanso, una vuelta sensorial a la palabra, al olfato. En una era donde se separa tan fácil el tacto físico para entregarlo a falsas pantallas, encontrar bajo los pies el dolor, el placer de sentirnos plantados, me parece evidente, imprescindible, recuperarlo, y darle auge, explorarlo mientras sea posible, mientras nos quede tiempo para incluirnos, ante todo desespero, en el sabor que se extingue entre estas páginas. Persistir. Tomaré esa palabra como eje para resistir la tentación de la queja. A lo sumo, persistir sobre lo que hasta aquí me ha traído en esta balsa de lecturas y varados sedimentos. 

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