sábado, 22 de junio de 2013

La viuda





La casa huele a baño de María. Cuando hay, le pone un ramito de ligustro. Le alivia ese viento que corre por el costado de los cipreses. Llegan inexplicables torrentes de aguas, salpicones, frescor del algodón mojado, piedras enverdecidas. Cappelletti y humo, sal y oliva, la ventana se escapa. Siente su mano, el hombro hundido en el colchón, el esmalte del linóleo, y se mira un domingo en la mar borrosa de sus ojos a punto de llorar. Y sin embargo, la luz entra. Los cazos- tantos tarecos sin lugar- sombras movedizas, bronquios en cada porción de puerta que abre y de gaveta que cierra. Crujir o no el resguardo no se arrastra. Una caja de fragmentos, irrecuperables cinco gestos ponen cuchillo, tenedor y cuchara en el preciso equilibrio de un orden irreversible; y sobre el mantel, sin violar el encaje de resupinados centrosemas, la geometría checa de vidrio acampanado, dos mojones tallan el vino, tensión en el deseo, un címbalo en la cachaza lingual espera, sirve la viuda, encogidos hombros en la rebeca, en dos platos florentinos de alfarería portuguesa, las únicas sensaciones. 

viernes, 14 de junio de 2013

¿Cuál es la mayor angustia de un gato birmano?


Gato sagrado de Birmania

Noria la escalera, su espiral de flor carnosa perseguida por una nutria, las calizas, tomo a tomo, por los libreros húmedos, esquineros bajo el silencio del cuarto. Soñando voy, me apartan las tripas, vuelo y vomito. Y en el hedor, me leo el Norfolk de Sebald; adentrados, con hilo quirófano en una mala secuencia de un día lluvioso, el ácido y los trozos deformes de los pasos. Y si más no recuerdo mi madre pregunta, dedal en mano, qué hace ese agujero-¡muchacho!- en medio del viaje, para zurcirlo.
No hay tal escalera. Salgo a la calle rumbo a mis padres. Queda entre ellos brezos y desgarres- molinos y aspas- de los doce vientos, un Cristo que a los hijos salve de las tentaciones del mundo; padre, a tientas, cree que una tapa es un queso, y madre se caga en el día que ese hombre entró en su casa, y a los ochenta y tantos, planea una cirugía estética.
Y si fuera remedio, aquí varado, pegar las páginas de Ezequiel a Lezama, heredar los párpados caídos de mi padre, la codicia por las mantecas y la vanidad de los salmos o el edredón de mi madre ¿creería, me deleitaría, en los toques dantescos, en las trompetas del allá, confesarles? ¿Cuál es la mayor angustia de un gato birmano? Asalta padre. Temo al inquisidor silencio cuando abro el refrigerador. Tendré que buscarles algo de comer. Para él, alas de pollo frito con viandas aceitadas, y para ella, el agujero y el deleite del chocolate.

miércoles, 12 de junio de 2013

LLuvia de junio


Hombre muy bajo fuerte lluvia (Carbouval)

Pingüe, hosco paquete, el trasbordar las tripas al nivel del agua. Qué resbala calle abajo. Una rupia movediza teje los cúmulos. El agua desciende de los techos, las moras se esconden, tendidos y ardillas, el vecino de la gata recién parida recoge la basura mojada del patio. Y son saltos de un sordo contra un cojo (si aprietan las gotas). Ese abrupto mete verde y moral por debajo del viento, abre la verja, y la quisquillosa y atorrante desilusión, quijada mordaz, mira hacia arriba bien armada. Y cuando estoy por perder la cabeza me sorprende el amarillo, la ampolla en la biblioteca, rancios polvos, insiste la campanita submarina, vuelve a avisar la llegada de fotos de mis hijos al móvil. Tendría que dejar que todo entre. Engordar. Me explico. Abrir los grifos y que se inunde esto. 

jueves, 6 de junio de 2013

El Elba inunda

Elbe (1957) Gerhard Richter

Zumo. La tierra exprime. El Elba, aceites, sopas, las hojas de las hayas, empuja por bancos, mesas, cunas, el dolor. A la orilla de metros cúbicos el pesado remar de quien atrás no puede avanzar en el sueño se despide. Mira y quisiera ponerle fin al meandro, al plato desbordado de cebada que quiso Dios dar. Que alguien pare esta morcilla de abundancias y riñones veloces. Tanta agua en este desierto es pecado y desperdicio.

miércoles, 5 de junio de 2013

Chores

Badende (1967) Gerhard Richter

De quiebros y propincuos pasos de avestruces en chores la carne da su flanco, blancuras, la grasa tersa y su animal de zoológico-como quiera Ud.- un sabor en la iris de sabana a arbusto, redondeces en dirección al viento y al pavor; agazapada en las papilas y concentrada por las yemas, casi, al punto, jugosa, la sangre tibia. Y cuando pasan, desde el palenque a la mar, los charcos de esas cutaras de yute, cóndilos y barcas en movimientos, un hontanar, sales de babor a estribor borbotean. Circunda en la parálisis una sota de muslos, bondades y carcasas, un estado de abstinencia ¿Un vaso lleno de hielo y el frescor en el cielo de la boca será lo que queda del piropo?  Más cercano un bejuco recién buscando una pared da esa sensación de un culo, como si fuera tuyo, y que nunca treparás. También pasa esa sensación.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Composición

Vista de Toledo, El Greco

Pone poco. Un rastreo. La punta del dedo en las electricidades. La copa cutánea del sabor y sus enredos de quesos Idiazábal. Y ulterior, igual que la boca abierta de la carranzana, una cuestión disímil- el gesto en blanco- cuándo la historia le incluyó en el paisaje o si desde que entró por Toledo y su melena algún torcido músculo le traiciona. Si absolutamente pudiera acertar; apunta en una libreta lo parecido a una película de aguas, varios pixeles inflamados de violeta que sostengan el biércol merino en un  búcaro que luego pintará y, a un lado, la edición del talud y una mano correspondiente sobre los nudillos, autoridad y delicadeza, algo reservado el tendido muscular hasta los codos, como si pescara o elevara a los labios la sopa airén para la estocada. Y desde luego, el tiempo. Hay en el cuerpo aquello que delata desespero en lo nimio y la embriaguez. Aunque tiembla, preferiría morir de tétano antes de añadirse al cuadro.

domingo, 26 de mayo de 2013

Sebald, nada

W G Sebald


Sebald, nada. Fui al colesterol (395) calibrado y de cabeza. Descubrió el laboratorio el fardo (ese) del atracón que me di franco de lechazo con lectura. Apenas uno entra en la lectura de verdad, la engañosa, lo quieren con sobriedad transfluir, colocarle el calendario vacío de dígitos después del punto. Y yo lo que quiero es leer. Escribir unos poemitas. Tan pronto pongo cuchillo y tenedor en la ficha del pequeño Larousse, la palabra que me evitó toda una vida, y cuando por fin la tengo con oliva, mancha y servilleta, entonces llaman a discursos de sospechosas castidades y a la longeva como un Onán reteniendo un poco el vino, menos sodio cuando viaje, y cuidado con las mochilas en la próstata o es que no se da cuenta Ud. que tiene los días contados, no arrugue Ud. el reporte en el bolsillo no vaya a ser que lo necesite para el culo de un poema. Y haga el digno favor de abrirlo bien- amenazan- porque cuando desesperado cierro los capilares del sieso me advierten fanfarrón- y por si fuera cómplice mi condición de anacoluto.

martes, 21 de mayo de 2013

Ataca la luz sin gota de sombra


Geoffrey Chaucer (Harvard Chaucer Portrait)


Ataca la luz sin gota de sombra aunque llueve por toda la tarde; alargo la pierna zurda (quebrada) en el sillón de esparto. No deja de chivar ese pajarraco innombrable, el último que canta, pues se atreve a retar al chorro que del techo vecino cae e insta al patio a drenar, a drenar cielo y tierra, y los contornos de la modorra en el moral. Y uno busca ajustarse al fin de semana y entrarle, sea de pájaros o aguas, al peor poema; después de un tinto abajo, se vuelve a encoger maldito y empuja, a contra peso, los pijamas en flor de mi mujer.

Y como es el caso en estas tardes insolubles y agitadas, desnudo y con coriza, me exhibo al pie de la ventana y a un lado de los clásicos Harvard. De Chaucer a Gray, tocados por el socarrar, prensados en oropel y tela borgoña, difuso estaca un verso olvidado en el volumen tal, una página digna y fatua cuando prefiere parlamentos de polluelos- yo- por cierto, inclinado a las sales, lo bajo hasta la vista baby y prendo la bombilla ya 60 vatios consumo en este círculo de tientas y bojeo, página tras página, remilgos y polvos, sin mucho azar, titilante y barrigón.

jueves, 16 de mayo de 2013

Tartamudeo

Abstraktes Bild (1990) Gerhard Richter


Iba a empezar con flores de motor amargo, preso por el obstáculo y la prognosis, revuelo con ñame para bajar fácil y almidonado- era eso- pujo y golpe contra la mesa para que escuche el interlocutor y no tenga ajuste a google ni punta de la lengua o- sabrá quién- en el ciaroscuro de una cortina muy lejana aquel nombre de cuyo toto no quiero acordarme te caerá justo-me repito- antes de que por la boca salga de gregal a garbí este ramo de rosa magma y mamada mucosa al paso de los vientos y en recodo se te alcen los pelos de punta a punta y la gallina en ti hervida, y bulla la malicia si prefieres callar.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Es tiempo de lluvia

Naufragio (1794), Francisco Goya

Es grave. Confundo gris por este aguacero en otras aguas de réplicas y timbres en la voz de Patsy Cline. ¿Debe seguir el ámbar esta voz y encontrarme con las gotas estiradas en fugaz Nilo en la ventanilla? ¿Querrá decir ella que algún día esto- anómalo- cutre miguelino- se erice y zarpe de infeliz a feliz en ese tuco de la caricia? Y me sale una quilla. Así. La silueta de un rey visigodo. El dromón, a contra viento, entre olas negras y espantosas. Una frialdad se encrespa y el náufrago entregado- vómito y aliento- se hunde. Y con ello, y el chapoteo, repleta de sal la nariz, tambaleante aquí en el autobús, no me queda más que aspirar el aceite de la empanada que ha sacado una señora.

lunes, 6 de mayo de 2013

Caprichos (El entierro)


Francisco Goya


Primor y aún. Cerca. Un roquefort de moscos y liviandades por los rabos de dos bueyes en la más casta de todas las guardarrayas. A un lado todos naos hacen. Lejos. Los jóvenes con sus botellas de agua fresca, parte sol, en contra (brusca), y contra todos y una bendición a mitad; se van acercando los galgos detrás del tractor de Méndez, el patrón.

Ojos de pequeños tentáculos, ni ladridos, los perros son cosa tranquila, medias docilidades esturgan, la Marilú levanta su codo desde el diván y se pronuncia lila y del valle y se voltea hacia el sueño. Y cuando todos vienen a salir a los pórticos ya han pasado. La vida aúpa tan rápido, reclama, su señoría, oprimido.

Después conducen por el trillo hasta la carretera. El entierro concluye sin acto alguno y huele a menta entre esas frutas enfrente. El día de San Juan, total para lo que pasará, si la alúmina aflorara se la robarían León Felipe y su rocalla sobre las ruinas de este aparato (de Dios). El sol cae sobre una botella de agua, y la tapa azul y el libreto en la etiqueta entretienen un esturado.

Junto al pozo los jóvenes alternan pichorras y sombras, van y vienen del poema a las ganas. Es un viernes y el bar está tan lleno que desde ahí las cosas se entenderán. Bajarán los guardias, los mayores, se levantará un cobertizo, y las hermanas García se estrujarán con los granjeros rumanos. Y saldrán, rabias que todavía no saben nombrar, acusados de tanta presencia, por otro lado. Porque lo que importa simplemente es otro lado. 

jueves, 25 de abril de 2013

Muñeca


Torso (1997),  Gerhard Richter


Porque eso sí, parece el engaño de un torso. Talanquera, superior rococó de licra y cutara guindando. Displicente descascara dos naranjas y el perfume en la uña deja la resina correrme una tetilla. Desiguales territorios ambos sin adjetivos- que nunca sirven ternuras- encoje los hombros. Cómo. Si esperara algo a mi edad. Si alguien entrara. La luz descubierta no tendría concesión, la incertidumbre quedaría en la boca. No sé ella. Pero se levanta y le ha quedado un hilo blanco colgando de un glúteo. 

miércoles, 24 de abril de 2013

Cinco flores y una mariposa nocturna


Feosia tremula


1
Áster, cúmulos violetas, la mañana. Pienso doblar sábanas y fundas, tocar, como siempre, un instante el rastro del cloro, el último momento del sueño, antes de buscar mancuernas y penachos en este mar de polen. La espero.

2
Le agradezco a los tulipanes el príncipe valiente que en mí dejó su traje apretado y sus botines al lado del colchón. En algún momento, por distancia o convenio, a espaldas de mis días los campos de algodón se volvieron una pena, hasta eso me dolió, cuando era necesario que aprendiera a amar.

3
Margaritas o colirios. La grupa donde corrió el agua y vi los choncholíes girar sobre sus picos antes que pudiera reconocer el cinquillo de la fragilidad. Quisiera domar aquella mirada cuando todavía no tenía nombre.

4
En una sopa. Amarillos y verdes. El campanazo del sol tirado bajo el agua. Tarde en la noche, después de tequilas y abrazos, me espera la calabaza con su flor.

5
Feosia trémula. Mis taquicardias, aquí y allá, en ese gris del invisible. Con una hebra de camándulas me voy acercando para no asustar a nadie.

lunes, 22 de abril de 2013

Está de timbales

Bacanal con Sileno, (h. 1475) grabado de Andrea Mantegna


Está de timbales. Aunque me dé serrote, y acuda a camareras y restaurantes, la maraña entretiene dulzura, y yo con melcochas nunca he jodido. Ya la sal desde el principio de verbos y molasas, y levaduras por índices de juego a estos tiempos para echarles poca paciencia, me queda su llavero al cuello y profundo en garguero sin nostalgia ni un carajo, y los carteles de las tiendas, los eyaculadores, Mantegna y Velázquez, la puya y su sucesión de chirridos al viento por donde paso y no hay peso. Esta gordura sin sentidos se traspasa de una vidriera a otra y el carril de un agujero va hasta el túnel de la calle escondrijo veces fez veces fe veces fecal. Guardián o asistencia médica, allí, parado, parezco no sé qué.

sábado, 13 de abril de 2013

Desorden e inmovilidad (1, 2, 3)




Ilya Prigogine


1
Desde la apariencia. Desde el lejano negativo. Un camino a pautas de políticas furtivas y tal cómos, gatillos híper editados el horizonte del desorden. El reto se aplica en un desecho sobre el intento de la inseguridad global. Y se extiende al consumo interno de fractales bifurcaciones (entre las piernas isabelinas del royal ballet sería otro ejemplo) después que ha muerto parte del motor de los boleros de los peores cantores españoles. Véase la recién fallecida Sarita Montiel.

2
El relajo ha sido siempre una colección de frases que ha indicado la dirección de los pueblos. Las discusiones han entrado en la parálisis civil de una depuradísima imagen del anacoluto. Por lo tanto. De tranquilidad se debería hablar con la tilde en la mano sin pensar en catalán, por ejemplo. Ya se puede esperar en la esperanza y alcanzar perfecta inestabilidad.

3
Prigogine. Y si fuera realmente cierto que el tiempo no es tan hijo de puta y que no nos separa del universo. Porque hoy llovió todo el día, y no pude salir a buscar el vino que quería, se generó otra posibilidad: una lectura de Bachmann donde me la llevaba a un prado y allí le daba con todo. Con el jarrito de aluminio del café por la cabeza. Con las chancletas de Gap en las nalgas. Y ya agotado, las cariofilinas rosadas y secas del búcaro de la sala me siguen trayendo la florería, y las cuales, al no entender que el muerto de esta casa no volverá, y estas dos paredes de olivo, pintadas el pasado abril, se determinan dentro del beso universal, (aquí) me arriman a este cartucho de algunas palabras. A esta inmovilidad.

jueves, 11 de abril de 2013

Marranas 50




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El tazar del anacoluto- diván la metonimia- requiere otro zarzo arder y entrar en las bibliotecas bajo tu vara, Oh Hada Cibernética.

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Malhaya. Algo de cuerpo joven. Poquedad lo urdido. Sin gloria le pone sabiduría al quebrante. Pone un vaso de vino y al otro lado de la mesa - capicúa - es imposible cerrar la estrategia del dolor.

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Manguetas y desagües, troquelad. Campanero mientras duerme (de palisandro) al lado del madero un cristo. La silueta israelí con su compulsivo estéreo frente al Mediterráneo. Pasan a lo lejos los tanqueros. Troquelad.

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Dispuesto a la caquexia del dolor personal no exige sacrificios, y como contrario, demanda un caso de aurora al cinquillo de la fragilidad. Fíjese cómo pasan los días y la actividad termina en la noche. Y la noche en borrachera. Y en el enchufe de los efectos eléctricos.

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Los nutrientes. Y otras crías de maternos órganos en desarrollo. Implica que mi beso no es necesario o que haya empezado procariota. Pues, vaya, eucariota al lado de tu vena palpitante ya palpitaba yo. 

lunes, 8 de abril de 2013

La uña

Cardenal Don Fernando Nino de Guevara (1600), El Greco




La uña del pulgar se le había roto. Se me cayó, dijo. Levantó la zurda y sacó el dedo perdonando a un gladiador, para que no hubiera duda. Dos meses. No recordaba si alguna vez había tenido dos meses para criar una uña y que le creciera al punto que se cayera por su propio peso. Dos días antes, el domingo, pelando una banana, le había notado la uña y le había dicho que no estaba seguro por qué me desagradaba. Algo no está en su sitio. No parece tu mano. Me recordaba, le expliqué, al dependiente del Walgreen, al chico que trabaja en el departamento de las fotografías. Lleva unas postizas, blancas y puntiagudas, vampiresas. Lo vi de negro caminando en New York  Avenue.  Llevaba un estuche de guitarra en la espalda, añadí. Manos parecidas a la de un muerto. Pensé. Pero no se lo dije. Si están verdes las bananas te podrían dar dolor de estómago. De niño las comía cuando estaban casi negras. Me gustaban calientes. Las ponía al sol. Después corría al baño. Y casi sonrió. Antes de tirar la cáscara hizo un gesto, desde la derecha, que conozco bien. ¿Por qué la otra uña no te creció a la par? Parece que tengo una parte muerta. Y no quise decir nada. No quise hablar de la muerte. Ni mencionarle unas uñas que se me habían quedado en la memoria. Las de un hombre muerto sentado en una sala y por donde entra la luz de un patio y se oye la nieve derretida caer de los techos en un constante chorro.  Lo que le dije fue que si alguna vez le interesaba ver una mano misteriosa debía buscar el cuadro de El Greco “El Niño de Guevara”. Esa mano me estremece, le dije. ¿Te recuerdas del libro que me compraste cuando comencé a enseñar los cursos de arte? En Time Square, creo. El tipo usa unos lentes. La mano encrespada. Como la del Papa Inocencio X. El de  Velázquez. Oh. ¿El de Francis Bacon? Ese. ¿El que te hizo escribir el poema de la carne cuando murió mi madre? Ese, sí. ¿Dónde se habrá metido el libro? Hace años que no lo veo. Oye, ¿no crees que sea un anacronismo llevar lentes en la época de El Greco? No sé. Google it. La exposición de El Greco en Japón termina el 7 de abril. No pensé que aguantara dos meses. Mira, la encontré en el piso. Y la puso en la mesa, delante de mí. La encontré en el piso, repitió. Te la guardé. Por si quieres comértela luego. Gracias. Sí, sí. Luego, le dije.

jueves, 4 de abril de 2013

Marranas 49



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De una forma a otra la luz fría. Si hubiese un ojo más inteligente me vería la piel verde, y el resto pujando para borrase en el instante.

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Desde el toldo, un fúgido le decía, con un gesto fadista, a la hermosura de la mujer del sastre, que un vestido suelto es para echarle saudade.

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Gomas. Le decía parra a veces para borrar en el líquido blanquecino que es la mierda de la rapiña. Embelesar, aquí o allá, sobre el rastro de este evanescente papel donde escribo.

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Se iba como una salazón. La mano se le iba. Por las calles deambulando en otra historia. Desde adentro, sin poder detener quien no era.

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Sí. Perdió la uña que alimentó dos meses. Se le cayó como una fruta. Me ofreció aquella madurez con su propio peso.