viernes, 3 de diciembre de 2010

Fecal

3 de diciembre y 2010

Diagonal. Un exceso florentino o un reventón indio de luces y máscaras. Una vidriera me trae el olor de los ornamentos de Sajonia. Pajarillos de vidrio, tiesos, colgados. Bolas navideñas desteñidas en los cojonciños de una yunta comiendo forraje. Se me metió por la nariz algo parecido a una estrella, a un hombrecito gordo y argente trepando hacia la cresta. Aquella pirámide verde hasta el techo cobijando asnos, ovejas y una casita donde me quería meter.

He intentado escribir sobre esa casita y nunca ha salido nada. Me molestan los animales, los pastores diminutos y varoniles contrapuestos a un José periférico, inapetente, su mirada por encima del pesebre, y Maria que parece esperar impaciente. Los magos estaban por llegar. Estaban por traernos los juguetes.

No era que José se quería meter en la casa por la vergüenza.

Eso sí, mi padre me aseguró que eso no se debía ni pensar. Piensa en Maria, coño.

Y desde luego, me di cuenta de todo. De lo de El Hijo del Hombre. Aquella reunión nada tenía que ver con aguinaldos y mirra. El balance de la historia estaba en las tripas del niño.

Y se lo dije, aunque luego me costó lo que me costó. Eureka, Eureka. Aquí nadie se salva hasta que cague el niño.

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